Los cambios debidos a la crisis son palpables. Afectarán a los de siempre, pero eso no es de extrañar. Siempre ha sido así. La sanidad, la educación y la protección social son los hermanos menores de la especulación financiera, esa hija consentida que los gobiernos miman con tanto esmero - porque tiene fiebre y dice que está muy malita - tras una orgía de varios años en la que, al parecer, todos hemos participado. Lo que ignorábamos es que siempre fue la predilecta de todos ellos, independientemente de su signo. Hay que darle gracias a la crisis, que nos está dando tanto. Nos ha confirmado que burbuja inmobiliaria y presupuestos siempre fueron de la mano; no nos preocupaba porque al pasar por delante nos sonreían. Vivíamos en una especie de adolescencia democrática, creíamos que nuestro idilio con el sistema duraría siempre. Pensábamos que tanto el edificar hospitales y arreglar carreteras como avanzar en derechos sociales no tenía nada que ver con los tejemanejes de las bolsas y el mercadeo. Ilusos. Las ideologías son un barniz que los índices bursátiles se encargan de decapar. Pero la crisis puede ser una oportunidad inmejorable. Ahora que sabemos lo que sabemos, no miramos con los mismos ojos a los que se despellejan día sí, día también, en el Congreso con inútiles cruces de acusaciones y haciendo gala de una hipocresía más propia de vendedores de mercancía en mal estado que de hombres de idem. ¿ Nos representan o sólo son los valedores de otros intereses distintos a los nuestros?. Ahora que disponemos de recursos limitados, tendremos mucho cuidado al ir de compras y de urnas. Bendita crisis. Ha desenmascarado a los que llevaban disfraz. Porque los que nunca lo han necesitado, a esos ya los conocemos: que haya ciudadanos o súbditos, igualdad o desigualdad, democracia o dictadura, siempre les importó bien poco, con tal de sacar tajada. Que a todos les aproveche esta crisis. Una vez quitado el velo, sólo será ciego el que quiera serlo.