Ojalá que las propuestas de los últimos días para que Cáceres pueda aspirar algún día a convertirse en Capitalidad Cultural Europea, debate generado hace meses en Badajoz y que tuvo dispar acogida, no se queden en mero trasunto electoral. El proyecto, no por ambicioso, resulta demasiado importante como para dejarlo al albur de unos mítines de urgencia o, incluso, de mensajes electorales que duran lo que una corta campaña. Tan legítimo resulta que Cáceres, o cualquier ciudad extremeña que se lo proponga, aspire a convertirse en referencia cultural de Europa por un año, como que la unidad de acción institucional, social y política sea un hecho. No es baladí la advertencia: Salamanca, años antes de llegar a ser Capital Cultural Europea, se convirtió en campo de batalla político donde solamente reinaba el localismo estéril de aquellos incapaces de levantar la vista más allá de su ombligo. Y no fueron pocos.

Cáceres tiene opciones de aspirar a ese cetro cultural. La cuestión está en que nos lo creamos. Y comenzar a sentar las bases a muchos años vista. El reclamo turístico que supondría la capitalidad representa una plataforma de lanzamiento básica para una ciudad que quiere ser referente en el sector terciario extremeño.