En un local cercano a donde vivo, que llevaba años sin alquilarse, ha abierto un negocio de apuestas deportivas. Parece un ramo con el viento en popa, a tenor de cómo proliferan por las ciudades de España letreros con nombres como Sportium, Codere, Bwin o Bet365.

Y ello es solo la punta del iceberg, pues sin necesidad de desplazarse, desde el móvil se puede apostar, desde la NBA al tenis o la Fórmula 1.

Cuando yo era joven como mucho rellenábamos, rara vez, alguna quiniela. Ahora oigo a adolescentes que apuestan no solo a la liga española, sino a la inglesa, alemana o italiana. En diez años se han multiplicado por treinta los casos de tratamiento psicológico por adicción al juego en España. Muchachos de 14 o 16 años que empiezan apostando por diversión con sus amigos, se emocionan por ganar unos eurillos y ya no paran, hasta endeudarse a sí mismos y robar a sus padres. Hace unos meses, El Intermedio, ese programa de humor que es casi el único informativo serio que tenemos, presentaba un reportaje con casos estremecedores. Al contrario que al alcohol o al tabaco, apenas se ponen trabas a la publicidad de estas casas de apuestas. Hasta el Real Madrid, por desgracia, anunció durante varios años una de ellas. Seguramente la solución no sea la prohibición pura y simple. Recuerdo que cuando vivía en la República Checa me asombraba la cantidad de locales con el letrero Herna que albergaban las tragaperras de toda la vida, y es que en la Checoslovaquia comunista estaban vetados los juegos de azar, lo que les dotó del atractivo de la fruta prohibida.

Ay, los comunistas, siempre queriendo hacer a la gente mejor de lo que es. El ideal marxista era el obrero satisfecho con su trabajo, que en su tiempo libre practicaba algún deporte, pintaba o leía a los clásicos. El ideal capitalista es el obrero productivo a base de estrés que en cuanto termina necesita «desconectar» con el alcohol, la telebasura o dándose al juego. En lugar del mens sana in corpore sano, el deporte como actividad que solo sirve si eres estrella; en lugar de enriquecerse como persona, hacerse más completo, el enriquecimiento puro y simple, el dinero fácil, el pelotazo. Nada tiene que ver el juego social de los mayores, la partida de cuatrola, escoba o subasta donde se apuesta un café, con el juego compulsivo del adolescente, presa fácil de esas casas de apuestas (o de las de póker online), empresas rapaces a las que se les pone todo fácil y a las que, si realmente el gobierno se preocupara de los jóvenes, se las sometería a una mayor carga impositiva y a serias restricciones.

* Escritor y profesor