WDw e los 17 países que comparten el euro, solo diez han ratificado en sus respectivos parlamentos los acuerdos de la Unión Europea (UE) del 21 de julio pasado para ampliar los mecanismos de ayuda a países en dificultades. Ayer los aprobó Finlandia y hoy está previsto que lo haga Alemania. Austria y Holanda podrían hacerlo en octubre, como los otros cuatro rezagados, que son países muy menores de la UE. Solo una atenta observación a la relación de quienes han cumplido y quienes se han retrasado más en ese trámite es ya suficientemente clarificadora para conocer dónde están las resistencias que el plan suscita entre algunos de los países miembros. A Grecia se le está colocando el cartel de chivo expiatorio. En este sentido, se extiende y se alimenta la identificación del país heleno con los problemas de todo el continente, y aunque es evidente que el país no alcanza los objetivos comunes, señalarle como culpable de la situación en que se encuentra la Unión es, como mínimo, hipócrita, además de radicalmente incierto. Un dato bastaría para desmontar esa teoría: la deuda de Grecia es de 350.000 millones, mientras que los países de la UE han inyectado 4,9 billones para rescatar el conjunto de su sistema financiero desde que estalló la crisis.

Angela Merkel se enfrenta hoy en su Parlamento a esa confrontación entre dos formas de ver Europa, con el agravante de que esa disyuntiva la tiene muy cerca: se vive dentro de la propia coalición que sostiene a su Gobierno. Hasta el punto que cabe la posibilidad de que la canciller saque adelante la votación gracias a la oposición, lo que la dejaría en una situación muy delicada para agotar su mandato y para mantener el liderazgo europeo que ahora mismo ostenta.

Con el objetivo de reforzar su débil posición interna, en un gesto inaudito, Merkel reclamó la presencia el pasado martes del primer ministro griego en una reunión con los grandes empresarios alemanes, ante los que Papandreu hizo un difícil y comprometido papel.

La Unión Europea tarda en tomar decisiones, y cuando lo hace son los partidos gobernantes los que anteponen intereses localistas --y, además, populistas casi siempre-- que, de entrada, restan la eficacia de la inmediatez. Ayer mismo, el presidente de la Comisión, el portugués Durao Barroso, propuso, y ofreció sobrados argumentos de la pertinencia de la idea, la aplicación en Europa de una tasa sobre transacciones financieras para que la banca pague parte de la factura. Sin embargo, a Londres le faltó tiempo para salir al paso y precisar que se opone, que en todo caso debe hacerse a escala global, no europea. Pero el motivo real de la negativa es que el Gobierno de Cameron tiene muy presente la importancia de la industria financiera en la City, la segunda plaza del mundo en este negocio.