La comisión especial creada por el Senado de Francia para investigar el dopaje en el deporte ha hecho público un informe sobre consumo de EPO (producto prohibido que aumenta la producción de glóbulos rojos) realizado en el 2004 sobre las muestras recogidas seis años antes, cuando esa sustancia era indetectable con las técnicas del momento. Pues bien, el resultado es que los dos primeros clasificados del Tour de 1998, Pantani y Ullrich ; el ganador del maillot verde, Zabel ; los franceses Desbiens (dos días maillot amarillo), Jalabert y Durand , y los españoles Olano , Beltrán y Serrano tomaron EPO durante la carrera.

Pero lo sorprendente, si es que algo puede extrañarnos a estas alturas en el mundo del ciclismo, es que esos casos de dopaje se produjeron en la edición que quedó marcada por el escándalo Festina, la mayor redada en la historia del Tour, con directores, masajistas, médicos y ciclistas detenidos mientras eran requisadas cientos de ampollas de testosterona, hormona del crecimiento y EPO. Conclusión: los mismos atletas que protestaban de día en solidaridad con sus compañeros del Festina se dopaban de noche con la seguridad de que no quedaría rastro. Además de la inmensa hipocresía de los corredores, el caso del Tour de 1998 demuestra que el dopaje no era una práctica de unos cuantos tramposos, sino algo estructural, extendido y conocido por todos los protagonistas del circo de las bicis.

Abundan estos días las comparaciones entre el dopaje en el ciclismo y la financiación ilegal de los partidos en la pugna política. Se trata en ambos casos de sortear la legalidad para tomar ventaja frente a los competidores. En las dos variantes se confía en que el delito no deja huella --ni en la sangre, ni en la contabilidad oficial--, y tanto ciclistas como políticos lo niegan todo, primero, y hacen propósito de enmienda, cuando ya no tienen más remedio.

Pero todo sigue igual. Porque los deportistas dispuestos a traspasar las fronteras de lo permitido y los políticos abiertos a financiarse con dinero negro forman parte de unas estructuras inamovibles que invitan a la corrupción.