Lejos del columnista la diabólica idea de pensar que los 1.000 especialistas que el Pentágono va a enviar a Irak para poner el país patas arriba en busca de las armas de destrucción masiva son los que las van colocar. Mientras no se encuentren, podrá creerse que el señor Bush recurrió a la mentira y que enredó a sus socios, el señor Blair y el señor Aznar. Han sido una obsesión desde que empezó la guerra. Un día se localizaron cientos de bidones y se creyó que los soldados habían hallado un arsenal capaz de destruir medio mundo. Cuando se analizaron se demostró que contenían lejía. Ha sido una obsesión como la del ántrax, después del 11 de septiembre. Cualquier bromista podía conseguir que en el FBI se perdieran los nervios poniendo en una oficina de correos un sobre con unos gramos de polvos de talco.

Urge hallar las pruebas de que el señor Bush decía la verdad y es un hombre muy sensato. De ahí que haya personas que puedan creer que los responsables de buscar las armas son los encargados de ponerlas. Avala esta posibilidad la negativa de EEUU a que vayan con sus especialistas los inspectores de la ONU. Uno se librará mucho de dar crédito y de difundir una versión tan maliciosa.

Hay precedentes de actuaciones tramposas de EEUU. Si se dijo que el Maine , en Cuba, fue volado por el Departamento de Estado a fin de tener un pretexto para entrar en la guerra contra España y si se afirma que no se adoptaron cautelas en Pearl Harbor, pese a tener noticias del ataque japonés, ahora puede darse crédito a los que creen que se van a poner armas donde antes no las había. Uno no será tan frívolo de expandir esta maldad.