La política juega malas pasadas. La estrategia no siempre funciona porque hay elementos que no se pueden controlar. ¿Una moción de censura de Vox contra Sánchez? Venga, dirían en Vox, le damos un zurriagado al PSOE y, de paso, a sus socios comunistas, independentistas y filoetarras, y conseguimos arrinconar al PP pues tendrá que votarla. ¿Una moción de censura de Vox contra Sánchez? Perfecto, dirían en Moncloa, reforzamos la coalición del PSOE con Podemos y ahondamos en el pacto de investidura con las fuerzas independentistas porque el PP se alinea con la extrema derecha. Pero mira tú por dónde que Pablo Casado rompió el esquema trazado y reventó la estrategia de los dos bandos: la de Vox desvinculándose de ellos con la ya famosa frase de «hasta aquí hemos llegado», y la del Gobierno dejándole sin los argumentos de sostener a la derecha trasnochada que tanto jalean por propia conveniencia. El líder del PP creó una gran expectación en torno a sí mismo al no revelar el sentido de su voto y cuando el foco mediático se situó sobre él abandonó su papel de convidado de piedra y pasó a convertirse en protagonista. Así, a la escena inútil de una moción de censura imposible presentó una alternativa de gobierno. Frente al ruido político que no conduce a ninguna parte, lanzó una propuesta de futuro. Jaque mate.

Desde este jueves hay un antes y un después en el PP que veremos a dónde conduce. Génova abraza nuevamente el centro marianista, al menos aparentemente, y suelta lastre por la derecha con un Abascal que se queda solo. ¿Efectivo electoralmente? Imposible predecirlo ahora, pero lo que está claro es que la estrategia de radicalidad planteada por Moncloa para dividir a la derecha y reforzar a la izquierda se ha roto por completo. Sánchez y sus estrategas tendrán que buscar flancos por donde conseguir que el nuevo barco al que parece haberse subido Casado haga aguas en cuanto salga a alta mar. ¿Y Abascal? Pues de momento despechado y con un cabreo de marca mayor pero sabiendo que no puede romper amarras con el PP y mucho menos echar por tierra los pactos de gobierno que mantiene en distintas comunidades y ayuntamientos. Supondría dejarlo todo en menos del PSOE y desprenderse de la escasa implantación territorial con que cuenta.

Monago el viernes estaba exultante. Tanto que salió en rueda de prensa con los suyos detrás a manifestar su lejanía con Vox, «un partido que no quiere a Europa cuando Extremadura se lo debe todo», dijo. Una mera excusa al fin y al cabo para hacer ver a los extremeños que llevaban un tiempo constreñidos con la postura nacional de su partido. Es lo que pasa cuando tu líder anda amarrado y alicaído, que si de pronto recupera el pulso y suelta amarras da alas al resto de la formación. Varios populares extremeños me señalaron en privado el jueves y el viernes que «ya era hora» de romper con Vox e incluso empezaron a pensar en sus posibilidades futuras, con Monago o el que venga, porque esa es otra, un melón que, por el momento, nadie se atreve a abrir.

Ahora toca solucionar la pandemia y la crisis económica que está trayendo consigo, pero no hay que olvidar que los políticos y los partidos no dejan de ser nunca máquinas de ganar elecciones. Y del ‘no hay nada que hacer’ del jueves antes de la moción de censura se ha pasado al ‘quizás’ o al ‘quién sabe’ y eso vale un potosí en el ánimo de la militancia. Habrá que tener en cuenta que las elecciones no son hasta dentro de tres años y que el PSOE goza en Extremadura de una mayoría absoluta aplastante, pero al menos un tiempo esta dosis de realidad pasará inadvertida para los populares con la bocanada de aire fresco que parece haberles insuflado Casado.