Aumentan las estrecheces en el camarote de los Marx. Mejor diríamos, de los antimarxistas. La derecha no está cómoda. El régimen de partidos conduce a estos atolladeros. Y lo hace por sorpresa. Los partidos intentan conducir a las masas, pero, en ocasiones, son las masas las que conducen a los partidos. Ocasiones puntuales, pero devastadoras para la política como oficio.

La gente de orden, los conservadores de los valores y principios que nos definen como humanos, están de enhorabuena. Al menos eso cabría pensar ahora que disponen de tres opciones donde elegir. Y lo que en principio es bueno, se convierte, por la magia del parlamentarismo, en fratricida. Los que tengan mi edad recordarán aquellos años de la Transición en que la oferta electoral se medía en miríadas de partidos. Luego, las leyes electorales (y las de la razón), dejaron la oferta reducida, reducidísima, a un duopolio ciertamente insípido. ¿Mermó por eso la libertad? Dejo la respuesta a su buen criterio. Pero, sin duda, mermó la calidad de la foto. España era, y es, algo más, mucho más, compleja que la mera estampa que han dado de ella, durante decenios, el PP y el PSOE.

Es evidente que también entre los partidos no comunistas los matices cuentan. Y mucho. Para empezar ninguno está contento con el espacio que los ajenos les asignan. Extrema derecha, derecha, centro derecha no son siempre etiquetas bien recibidas por la extrema derecha, la derecha y hasta el centro derecha. Y, sin embargo, todos comparten las estrecheces de un mismo camarote.

Vivimos momentos decisivos para los partidos de derechas. Para sus votantes. Y, por ende, para España. La derecha, a pie o a caballo, se enfrenta a un severo proceso de selección. Aquí, de tres, sobra uno. Y no es Vox. O probablemente no sea Vox. Fundamentalmente porque las carreras las gana el que viene de atrás. Para Vox todo es suficiente. Para un partido sin cuadros, un catre bajo techo parlamentario es suficiente. Para el PP, no. El PP tiene cuadros suficientes para gobernar España con diligencia, pero tales cuadros están acostumbrados a colchones mullidos con el desayuno incluido. En mayo el PP se enfrenta a su destino. Durante años ha despreciado las reivindicaciones de una gran parte de sus votantes, ha escogido la senda de la tibieza, y, en mayo, una galerna le puede helar el corazón. Si no hay sillones suficientes para tantos como han medrado a la sombra del PP, el PP puede caer como un castillo de naipes. Tal cual la UCD. Con estrépito, pero sin lágrimas.

La otra opción es que sea Ciudadanos el que sobre. A menos cuadros, menos riesgo de colapso. Pero, aún así, la formación pomelo está en riesgo de convertirse en una opción residual; y en la política española, ser una opción residual equivale a un augurio de lenta agonía.

Lo evidente es que en España decide el centro. Pero el centro se define precisamente por no existir. El centro es material de acarreo. Es gente, mucha gente, que no milita en ninguna idea. Es gente que ve pasar la vida y que gira la cabeza hacia donde suena el ruido. Gente cansada de problemas, de políticos y de impuestos. Gente egoísta que desplaza el fiel de la balanza a derechas o a izquierdas según le sople el viento. Gente que, en un determinado momento de hastío puede votar a Podemos, y, que si el hastío va a más, puede votar a Vox. Si Ciudadanos persiste en jugar a dos bandas, si el PP imita a Vox, van a perder votos. Porque Vox ha venido para quedarse. Y aquí, de tres sobra uno. Y Vox no es.