La peculiar manera de gobernar de Donald Trump a través de Twitter acaba siendo algo más grave que una anécdota más o menos jocosa. Ayer entraron en vigor los nuevos aranceles que ha impuesto a los productos europeos, desde el aceite de oliva hasta los textiles. Unos nuevos gravámenes que van a tener un impacto directo en las exportaciones españolas. Una amenaza más para nuestra economía. El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, ha calificado de «atropello arancelario» las medidas de Trump, aunque no se han visto medidas inmediatas. Los productores europeos pagarán el pato de otra rabieta del excéntrico presidente norteamericano. Ahora, por las subvenciones de los estados europeos a Airbus que, según él, laminan a la empresa Boeing.

En el fondo, Trump ganó las elecciones con un programa proteccionista que intenta utilizar la Administración para revertir la poca competitividad de las empresas norteamericanas en algunos sectores punteros, claves para las políticas de defensa. Trump representa a unos Estados Unidos miedosos, incapaces de resurgir a base de innovar y que se dedican a conservar sus posiciones de privilegio antes que a transformarse.

Estos enfados del presidente de Estados Unidos sabemos que son cíclicos. Pasó en el caso de México y Canadá y ahora remite en el caso de China. Se trata de marcar el terreno, de asustar al competidor, de desbaratarle sus planes de expansión comercial. Trump pretende aparentar que su país no ha perdido la hegemonía, ni ante China, ni ante la Unión Europea.

No entiende el mundo del siglo XXI, en el que el poder está más repartido, no solo el político sino también el económico y, muy especialmente, el tecnológico. Y eso obliga a competir. Es necesario fijar reglas para que esa competencia sea efectiva. Pero lo que no sirve para nada es volver al proteccionismo de otros siglos. Castigar a los productores europeos por las políticas de sus gobiernos no tiene sentido, solo alienta la desconfianza, y ha sido la base de muchos conflictos en el pasado que han acabado en enfrentamientos bélicos. El libre comercio ha sido, lo decía esta semana la directora del Fondo Monetario Internacional, un factor de paz y de estabilidad. Un puñado de votos no valen la pena para tirar esos logros por la borda.