En invierno, dormido el árbol, añora la primavera como ese olmo viejo de Machado que, "con las hojas de abril y el sol de mayo/ algunas hojas verdes le han salido". Todos añoramos sus destellos de luz, su aroma y esplendor, entre el temblor de unos versos que se escriben sin quererlo, como dijo Gimferrer . Un campo con escarcha, la flor ausente y el viento racheado, es yermo desolado, que se dulcifica en primavera, en calles, huertos y hontanares, con su llamarada de verdes y el regalo de frutas en verano, tras dejar los pájaros sus nidos.

Renace así la vida desde el Paraíso, en bíblicas higueras, olivos litúrgicos, sobrias encinas, robledales robustos, bellas palmeras, sauces, abedules y huertos de naranjos. En espesura romántica, adornando jardines, cortejando bulevares o aliviando oasis, donde peinará brisas de arena en noches de estío. Arbol que, a veces, puede hacerse papel y mesa de comedor, góndola y piano de cola, mástil y crucifijo, cayado de pastor y yugo de carreta, o leña de pastor para su cabaña. Hace años, escoltaba carreteras y el "camino verde que va a la ermita", pero se talaron bosques, muchos se quemaron, o fue "hendido por el rayo", dejando un poso de tristeza... Todo árbol tuvo su leyenda, y Jesús de Nazaret , entre palmas y olivos, tuvo su fugaz apoteosis, al entrar en Jerusalén, el Domingo de Ramos. Pero falta el árbol de la esperanza que, con el almendro que florece temprano, ha de fructificar en esta primavera de pan escaso, en que los jóvenes buscan su tajo en las "aradas del campo", o en oficios y profesiones, sin huelgas, desahucios y sin largas colas del hambre.

Pero siempre nos acompañan los árboles, de forma muy abundante en esta ciudad, una de las más verdes de España, con su parque de Cánovas; más su Paseo Alto, el parque del Príncipe, El Rodeo y Olivar Chico de los Frailes. Sin olvidar los centenarios de Zarza de Montánchez ("La Terrona"), Navalmoral ("La Marquesa"), o Torre de Santa María ("La Nieta")... Arboles que cantaron los poetas: Juan de la Cruz en sus "cedros rumorosos" y Juan Ramón con sus "arboledas lejanas"; musicaron sus requiebros Miró y Lorca , los sacralizó Gerardo Diego en el "Ciprés de Silos", y fueron enaltecidos por Gabriel y Galán , con sus "guindos de la vega" y la "copa verde de la encina vieja".