E n la misma semana en la que los palestinos han conmemorado su Nakba o “día de la catástrofe”, Israel ha ejercido de anfitriona del festival de Eurovisión. En la misma semana en la que el ejército israelí ha disparado al menos a 16 personas que se manifestaban en la Franja de Gaza, su capital Tel Aviv ha tenido la oportunidad de presentarse al mundo como ciudad de la tolerancia, especialmente hacia la diversidad y los derechos LGTBI.

La Nakba conmemora cada 15 de mayo la tragedia de más de 700.000 palestinos que fueron expulsados de sus hogares hace siete décadas tras la creación del Estado de Israel. Hoy, la situación no ha mejorado. Se contabiliza que sólo en el último mes al menos 23 palestinos han muerto bajo fuego israelí. Tel Aviv continua con su política de asentamientos y anexión de territorios palestinos. Y el primer ministro Benjamin Netanyahu ha asegurado que la brutal campaña militar en Gaza continuará.

Así que mientras los misiles caen sobre la diezmada y atrapada población de la Franja los europeos enarbolamos la bandera del arco iris y lanzamos purpurinas junto al Estado verdugo.

El respeto y la celebración de unos derechos no pueden servir de excusa y tapadera para el atropello de otros. Por eso más de 100 organizaciones LGTBI pidieron el boicot a esta edición eurovisiva acusando al gobierno israelí de usarla para tratar de lavar la imagen del país ante los constantes abusos que comete contra la población palestina.

Uno de mis primeros recuerdos de Eurovisión vienen de la victoria de la cantante israelí Dana International. Fue en 1998. Una transexual ganaba el Festival con un tema que era una oda a las mujeres y que enfurecía a los ultraortodoxos. Israel se presentaba como una sociedad abierta, moderna y tolerante. Tal y como lo ha hecho esta semana. Y lo es. Pero por muy ideal que sea esta sociedad, algo falla si se construye sobre la discriminación y la deshumanización del otro.

De hecho, en Palestina (e Israel) en particular y en Oriente Próximo en general parece que todo falla desde 1948. Por supuesto también en Europa, con su diferente vara de medir las violaciones de derechos humanos según quien las cometa.