El moderado descenso de los títulos de Gas Natural y de Repsol YPF en las sesiones de la Bolsa de los dos últimos días apenas oculta la gravedad de la decisión adoptada por el Gobierno argelino de resolver el contrato firmado en el 2004 con ambas compañías para la explotación y comercialización conjunta del gas del campo de Gassi Touil, un proyecto de más de 5.000 millones de euros.

Si se consuma la explotación en exclusiva de este yacimiento por la compañía estatal argelina Sonatrach, pendiente del recurso ante un tribunal de arbitraje en Ginebra, no será exagerado referirse a una expropiación apenas encubierta por los formalismos de la operación. Dicho de otra forma: se habrá dado con la puerta en las narices a dos empresas españolas que llevan gastado en el proyecto una respetable cantidad de dinero de sus accionistas --se habla de 293 millones de euros--. Además, aumentará la inseguridad jurídica de las inversiones extranjeras en Argelia y hará inevitable una reacción significativa de las autoridades españolas y comunitarias. Hasta ayer, sin embargo, la posición de España ha sido tibia: los ministros de Exteriores e Industria, Miguel Angel Moratinos y Joan Clos, respectivamente, señalaron su preocupación, pero añadieron que se trata de un conflicto entre empresas.

A nadie se le oculta que, en el caso de nuestro Gobierno, el alcance de la ruptura se multiplica a causa de las concesiones hechas en agosto a la parte argelina del proyecto Medgaz, la construcción de un gasoducto submarino que a partir del 2009 transportará hasta Almería gas argelino y permitirá a Sonatrach vender directamente en España hasta un máximo del 2% del consumo nacional. Desde luego, no cabe hacer responsable de esta deslealtad de Argelia a la negociación dirigida por el ministro de Industria, Joan Clos, que creyó favorecer a los inversores españoles, pero es imposible no echar en falta alguna dosis de cautela.

¿Ha sido justamente la falta de previsión del Gobierno y de las empresas la que ha hecho posible esta situación? No cabe responder con un sí categórico o con un no decidido. Es indudable que la liquidez de las grandes potencias petrolíferas, como Argelia, alimenta esta clase de desplantes, y que la preferencia española por Marruecos y por la vía autonomista para el Sáhara Occidental incomodan a Argelia, que acoge a la diáspora saharaui. Pero, aun así, es infrecuente que compañías como Sonatrach se presten a según qué manejos, salvo que se miren en el espejo ruso. Entre la presión energética del presidente Vladimir Putin a Europa occidental y central, mediante la utilización de los yacimientos de Gazprom como arma política, y el comportamiento argelino de ahora apenas hay diferencias, aunque ayer la gasista argelina se haya apresurado a enfatizar que la ruptura del acuerdo con las compañías españolas se debe solo a que el proyecto era un "fiasco industrial" y a exigir, en razón de ello, daños y perjucios a Repsol YPF.