WEw l pregonado empeño de la República Islámica de Irán de hacerse con un arsenal nuclear que la convierta en una potencia de la zona está detrás del propósito del Gobierno del presidente George Bush de someter a la aprobación del Congreso un programa de venta de armas a Arabia Saudí y otros cinco países del golfo Pérsico por 14.670 millones de euros a desembolsar en 10 años. Se trata de una decisión hasta cierto punto sorprendente porque la monarquía saudí apenas se ha comprometido en la estabilización del Gobierno iraquí, de mayoría chií, y porque aparca definitivamente las recomendaciones de la comisión bipartidista de expertos que en noviembre del año pasado aconsejó, entre otras medidas, implicar a Irán y Siria en la gestión --apaciguamiento-- de la crisis.

La Casa Blanca hace mucho que tomó la decisión: prefiere lidiar con la frialdad secular de la monarquía saudí, de raíz suní, y utilizarla para contener los planes de influencia regional de los ayatolás --de credo chií--, que mejorar su relación con Irán, por mucho que en esto último quede mucho camino por recorrer. Es, en todo caso, un camino con menos obstáculos aparentes porque, además, son de sobras conocidas las buenas relaciones personales del presidente con la familia real saudí, a pesar de las sombras que se ciernen sobre algunos de sus miembros, confusamente relacionados con el fundamentalismo islamista.

A ello deben añadirse los riesgos relativamente limitados que la operación entraña para la seguridad del Estado de Israel. No solo porque los 22.300 millones de euros en armas que Estados Unidos venderá a este país desvanecen el temor a que se erosione su supremacía militar en Oriente Próximo, sino porque el rey Abdulá es el principal defensor en el seno de la Liga Arabe de la normalización de las relaciones con Israel en los términos de la declaración del 2002: relaciones a cambio de un Estado palestino viable y seguro, que enfríe definitivamente la temperatura del enfrentamiento de una de las zonas más calientes del planeta.

Uno de los problemas colaterales que se derivan de esta decisión es que a poco más de un año de las elecciones presidenciales, una iniciativa de esta envergadura puede condicionar los planes del próximo inquilino de la Casa Blanca, si bien es altamente improbable que los demócratas puedan oponerse a él de forma tajante. Primero, porque hay que dar por descontadas las presiones de la industria armamentista. Segundo, porque, como ya demostró durante su mandato Bill Clinton, los demócratas tienen por innegociable la alianza estratégica con Israel. En última instancia, porque se ha abierto camino en el establishment de Washington la hipótesis de que el presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, cuenta cada día con menos apoyos entre los clérigos, más pragmáticos que él y por ello temerosos de que sus tesis radicales hagan zozobrar la revolución.