Las armas de destrucción masiva, químicas o bacteriológicas, supuestamente en manos del régimen de Sadam Husein no han aparecido por ningún sitio, pese a que fueron la justificación de la guerra contra Irak. El general Amer al Saadi, principal consejero del dictador iraquí en cuestiones científicas, insiste en proclamar que su país no tiene esas armas, mientras que el inspector jefe de la ONU, Hans Blix, asegura que la guerra estaba planificada desde hace tiempo. La última y fantástica teoría, filtrada a los periódicos por los estrategas en desinformación del Pentágono, insinúa que las armas fueron enviadas a otro país, presumiblemente Siria. Un equipo de expertos estadounidenses en desarme se encuentra en Irak, en clara usurpación de las funciones que legalmente competen a los inspectores de las Naciones Unidas. El retorno de éstos a Bagdad debería ser uno de los aspectos del restablecimiento de la legalidad internacional que reclaman los gobiernos que se opusieron a la guerra. Hoy, cualquier hallazgo de armas prohibidas que ofrezcan los norteamericanos estará bajo sospecha. Pero Bush parece más interesado en consolidar el botín que en legitimar la reconstrucción de Irak.