Cuando el poeta latino Virgilio, modesto, provinciano y amigo de Augusto, canta en el libro IV de sus Geórgicas "el celestial don de la aérea miel" la vida de las abejas subyuga y seduce no sólo por su conocimiento sencillo y sus certezas, los variados episodios de sus vidas, empezando por "acomodarlas donde no penetren los vientos, que les impedirían llevar el sustento a las colmenas".

Para relatar a continuación sus gestiones, ordenamientos, clases sociales, trabajos, guerras, marcialidades, caudillaje, así como los nombres de las flores y de los árboles, y propiedades que ellas tenían "debido a Júpiter, atraído por los címbolos de Curetes". La belleza trascendente del lenguaje de Virgilio se manifiesta --en esta encrespada época digital, mal escrita o directamente sangrienta-- en sus afortunada palabras sobre "los arroyos de miel", "los dulces de miel", "espesa miel", "fragante miel", "la guardada miel", finalizando estos versos pastoriles que cantó a Títiro, Las bucólicas, tendido en la sombra de una frondosa haya.