Tengo la oficina en pleno centro de Barcelona. Vivocerca de ella, así que voy y vengo a pie. No me causan perturbación alguna, pues,los constantes cortes circulatorios provocados por las continuas manifestaciones que recorren el centro de ciudad, a razón de una por semana, al menos. Pero veo a miles de ciudadanos, ajenos al tema, desesperados por los atascos a que les someten algunos centenares de manifestantes que nunca se sabe lo que exactamente piden o proclaman.

Puede que desde la altiva serenidad de alguna aula, fundación pública u ONG igualmente subvencionada se emitan abstractos elogios de esta clase de expresiones de opinión. Visto desde la inmediata realidad, resultan deplorables. Me parecen antidemocráticas y reaccionarias porque perjudican a casi todos para dar voz a muy pocos, los cuales, encima, casi siempre dicen confusamente cosas redundantes y de escaso interés general. El derecho de manifestarse no incluye el derecho de perturbar a los demás, y mucho menos cuando objeto de la manifestación es una cuestión que incumbe solo a unos cuantos. Cuando se recurre a poner niños tras las pancartas, cosa que pasa de vez en cuando, y cuando quien lo hace son maestros o educadores, deplorable ya es decir poco.

¿QUE SE persigue con ese tipo de manifestaciones tan irrelevantes como reiteradas? Obtener la atención de los medios, por supuesto. Dan pie a informaciones desproporcionadamente magnificadas que otorgan a los promotores una audiencia que no merecen. Basta que chillen lo suficiente para que, al rato, millones de personas los vean elevados a la categoría de prescriptores de opinión. Esas expresiones poco concurridas, policialmente protegidas y cívicamente perturbadoras son un escarnio del propio y encomiable concepto de manifestación, alguien tiene que decirlo.

Leí en alguna parte: "Me hice periodista para explicar los problemas del mundo y me he dado cuenta de que uno de los problemas del mundo somos los periodistas". Es exagerado e injusto, pero ingenioso y sugerente. A mí la frase me da que pensar, sobre todo si tengo un periódico delante. ¿Qué es una noticia? ¿Y una información? No es obvio. Ultimamente cobra categoría de noticia cualquier salida de tono. De ahí que la prensa blanca vaya pasando a la historia, desplazada por un sugestivo abanico de tonos amarillentos, cuando no rosado cursi. Aunque, de hecho, la prensa de las noticias hace tiempo que pasó a la radio y a la tele, dejando a los periódicos la más delicada tarea de formar opinión. Me pregunto por qué no la ejercen en grado y manera convenientes.

Las noticias televisivas no existen sin el apoyo de la imagen. Por eso, quien genera imágenes produce noticias. De ahí el éxito de la gesticulación teatral y de las manifestaciones. Las ruedas de prensa, en cambio, son actualmente un velatorio donde nadie pregunta nada y todo el mundo pide dosieres prefabricados, en lugar de cabrearse por recibirlos. Se diría que la televisión filma las noticias que para ella prefabrican actores de pelaje diverso, almargen del drama real.

Lo que cuenta cada vez menos es la realidad, en efecto. Resulta plana y tediosa, por lo visto. No parece que el fluir cotidiano de las cosas sea asociable a nada digno de ser relatado. Se necesitan actos histriónicos, justificados o no, escándalos entre cocineros o cargos públicos incurriendo en deslices, cosa fácil de encontrar. En su defecto, vale la manifestación del día. La realidad, así, se presenta distorsionada, lo que luego explica los resultados de las encuestas: la pretendida opinión pública -que, en realidad, suelen ser opiniones sueltas del público encuestado- se ofrece como algo errático, voluble y caprichoso. Hombre, así, claro.

TODO EL mundo tiene opinión, pero no necesariamente criterio. La noticia no tiene por qué discernir; la información, sí. Que haya cortes de electricidad en algunos barrios es una noticia; informar equiparando la queja de los usuarios (que suelen tener contratada una potencia insuficiente, y de ahí su problema) con la explicación del técnico es una tergiversación. Contraponer dos opiniones sin contrastar el valor de cada una es una taimada manera de amañar la realidad. Por este sistema, algunas sandeces consiguen respeto. Goebbels , el ministro hitleriano de propaganda, decía que una verdad es una mentira repetida muchas veces con suficiente convicción. Mira por dónde la inepcia democrática viene a las mismas.

La imparcialidad no es la falta de posicionamiento. La objetividad no es la falta de criterio. Estamos construyendo una España a base de opiniones inconsistentes y plataformas irrelevantes mientras el país real genera tenazmente cada día actuaciones capitales que no son noticia. La fama suplanta al prestigio. Los famosos llamativos, instalados en el carrusel mediático o efímeramente montados en la cresta de alguna ola provocativa, se presentan como paladines de la opinión popular. Pues no. Un poco de formalidad vendría bien. Y menos proclamas de tres al cuarto, que reclamar la atención por las calles es algo muy serio.

*Socioecólogo