TMtás allá de su condición de testigo en el caso de las extorsiones etarras a los empresarios, caso que centra el sumario abierto por el juez Grande-Marlaska , la presencia de Xabier Arzalluz en la Audiencia Nacional tiene algo de simbólico. En esta circunstancia, símbolo de ocaso, de decadencia, de quien durante años lo pudo casi todo en el ámbito de su tribu y fue figura clave en las guerras políticas de la post-Transición.

Durante una generación, en el retablo de la política vasca, Arzalluz ocupó la parte central del tímpano. Hasta que los jóvenes vizcaínos con Imaz y Urkullu a la cabeza se hicieron con el control de la nave del PNV, Arzalluz fue el patrón de una causa que defendió con una oratoria florentina adquirida en sus tiempos de jesuita. Arzalluz ha sido un hombre de poder y al verse en el trance de la Audiencia ha reaccionado como un jabalí acosado. "El PNV --que no votó la Constitución pero la acata--, podría dejar de hacerlo".

Amenazando con no acatar la Constitución ha lanzado un mensaje no tanto al juez --con quien en su condición de testigo no va a tener más tratos-- como a los poderes del Estado. Es una táctica clásica en la esgrima del nacionalismo cuya doctrina política ha hecho del victimismo una de sus señas de identidad.

Al ciudadano Xabier Arzalluz le ha citado el juez para que declare qué sabe de las andanzas de Gorka Aguirre , compañero en la dirección del PNV y voz atrapada en las grabaciones policiales a presuntos etarras hoy detenidos por dedicarse a extorsionar a los empresarios. Aguirre, sobrino-nieto del primer lehendakari, pasa por ser un buen hombre que ha intentado ayudar a quienes estaban siendo extorsionados por los terroristas, pero eso, precisamente eso, es lo que el juez está tratando de averiguar. Así que Arzalluz, abogado como es, podría perfectamente haber registrado la citación judicial como una simple servidumbre del Estado de derecho y punto. No ha sido así; su naturaleza le ha traicionado. Ya no es más que un ciudadano de a pie, pero debe pensar que donde esté él, está la política y cuanto le concierne no puede ser similar al común de los mortales.

Por eso ha descrito su sencilla e irrelevante comparecencia como si se tratara del episodio central de una conspiración político-judicial contra el PNV. Ha citado a Bush y se ha visto como Dreyfuss ante el coracero que le arrebataba el sable y se disponía a despojarle de sus estrellas y galones. Sin duda, le ha traicionado la añoranza de su días de poder. Días de gloria mediática que durante unas horas ha recuperado gracias al estajanovismo de un juez, que, ironías del destino, resulta que no es un españolazo , es vasco. Menudo cabreo debe tener el aita .

*Periodista