Amenudo coincides con gente en un ascensor y ocurre lo que suele ocurrir en estos casos. Si son varias y desconocidas las personas que te acompañan, es raro que alguien abra la boca para decir algo. Cada cual mantendrá la mirada perdida en no se sabe dónde, haciendo lo indecible por no posarla en ningún compañero de viaje. Nadie mira a nadie, ni el joven descaradoa la chica mona, ni la anciana chismosa al friki supersnob. El mayor deseo de cada uno es que el ascensor se detenga cuanto antes en su planta de destino y se abran las puertas que permitan la salida del habitáculo. Estos viajes en ascensor suelen ser incómodos, sobre todo cuando la caja del mismo es de las grandes, de las que pueden acoger a diez o doce personas y van llenas. A veces el pequeño espacio, relleno de cabezas, torsos, piernas y pies, se impregna de un característico olor a humanidad, porque algún viajero es de los que utiliza el agua solo para beber y el jabón únicamente para mirarlo.

Si coincides en el ascensor con una sola persona a la que no conoces de nada, lo normal es que el ascenso o el descenso se produzcan en un silencio sepulcral. Aunque quizá el más locuaz de los dos viajeros intente romperlo sirviéndose del tema más socorrido para estos casos: el tiempo. Y puede que la conversación sea breve, a modo de saludo casi. “Qué frío hace hoy”. “Pues dicen que para mañana bajan las temperaturas”. Aunque a veces la conversación climatológica se puede alargar, sobre todo si uno de los ocupantes se sabe de pe a pa el calendario Zaragozano y se pone a hacer las premoniciones previstas para todo el año.

Los ascensores son aparatos en los que algunas personas no entran por miedo a quedarse encerradas. La claustrofobia les puede y prefieren subir por las escaleras. Sabes de un tipo que era claustrofóbico, además de bastante tímido. Un día tuvo que subir a un decimosexto piso de un bloque de despachos profesionales, se armó de valor y tomó el ascensor. Se quedó encerrado entre planta y planta durante tres horas con una bella y simpática mujer. Cuando salió de nuevo, nuestro hombre se había curado. Salió con un semblante sonriente. No, no es lo que están pensando. La mujer era sicóloga.