Durante mi infancia viví varios años en un quinto piso sin ascensor. Entonces había bastantes vendedores que ofrecían su mercancía por las calles, y algunas mujeres, por no bajar y subir escaleras, se servían de una bolsa sujeta a una larga cuerda, que dejaban caer por una ventana hasta el suelo, para que el vendedor de turno depositara la compra correspondiente.

Hoy en día la mayoría de los bloques que se construyen llevan su ascensor mecánico. Los ascensores se pueden considerar habitáculos comunitarios propicios para entablar esporádicas conversaciones. Cuando usted comparte un viaje de dos minutos en ascensor con otra persona, le da tiempo a tener una breve y amena charla, casi siempre sobre climatología. Por ejemplo tú dices "como han bajado las temperaturas"; el otro contesta "mañana suben"; tú concluyes "eso dicen". A eso se llama romper el hielo sirviéndose del tiempo. Otros pasajeros hacen el viaje en absoluto silencio, esbozan en sus rostros expresiones meditabundas, como si estuvieran rezando para sí, y apenas respiran. Y si alguno rompe a hablar, suele decir: "hoy hace calor". Y los demás contestan: "sí". Otra vez el tiempo. A veces pienso que el ascensor fue inventado por un meteorólogo durante su media hora de bocadillo.

Otra peculiaridad de los ascensores es su afición a conservar durante un determinado tiempo aromas y olores. Si alguien que huela a cabras hace un viaje en ascensor de un minuto de duración, el ascensor conservará el olor a montuno durante una hora, con la consiguiente molestia para otros usuarios. Sin duda los catadores de fragancias y tufos tienen en un ascensor un buen lugar donde ejercitar su olfato.

Los ascensores, como vehículos que son, tienen un motor que a veces se avería. En ese supuesto, los viajeros suelen reaccionar desquiciándose de los nervios. Sé una historia de un hombre y una mujer que se quedaron encerrados en un ascensor, y comenzaron rezando enloquecidamente para que los sacaran enseguida y terminaron orando apasionadamente para que no los rescataran nunca.