Solo una mezcla espuria de cinismo y prepotencia permite buscar una justificación a la muerte en su casa de cuatro niños y de su madre, víctimas del disparo de un tanque israelí durante una operación militar en la ciudad de Beit Hanun, en el norte de la franja de Gaza. Si siempre son condenables los ataques contra ciudadanos indefensos, cuando el atacante es un Ejército altamente tecnificado e informado como el israelí, la represión se convierte en carnicería, y quienes la ordenan no superan la condición de meros verdugos. Que los terroristas de Hamás busquen la cobertura de la población civil para atacar a Israel no debe inducir a error: los matarifes hace tiempo que se pusieron al frente de las operaciones de castigo contra Gaza.

Puede que sean los mismos que, a despecho del estupor de la comunidad internacional y de los usos diplomáticos más elementales, consideraron innecesario garantizar la seguridad del expresidente de Estados Unidos Jimmy Carter durante su reciente estancia en Israel porque mantuvo contactos con Hamás. Y con toda seguridad son los mismos que creen que solo es aceptable un futuro Estado palestino si se trata de una entidad política títere, sometida a los designios israelís.

La tradición norteamericana de aceptar el hilo argumental israelí y las dudas europeas sobre cómo manejar la victoria de Hamás en las elecciones legislativas palestinas del 2006 ayudan a los profetas de una sociedad militarizada, a quienes se consiente todo aquello que justamente se reprocha a los dirigentes palestinos más radicales, incluida la siembra diaria de terror y odio.