Actuaron por turnos, a modo de violencia jocosa, sin límites, en proceso de degradación ajena del más débil. Así califica la sentencia de la Audiencia de Barcelona la actitud de los jóvenes que quemaron viva a una mendiga en un cajero de esa ciudad.

Lo ocurrido aquella noche es el reflejo de ciertas actitudes de un sector de la juventud, al que nadie puso límites, ni trasmitió valores como la solidaridad, la compasión o el respeto al prójimo.

Son esos jóvenes airados, nadie sabe por qué, violentos, agresivos y que se divierten mofándose, denigrando y en casos extremos como este, quemando vivos a los mendigos o a los inmigrantes que duermen en los bancos de los parques.

A partir de ahora los valientes que se sientan tentados de correrse una juerga a costa de la integridad física o moral de los más pobres entre los pobres se tentarán la ropa dos veces, porque diecisiete años de cárcel en plena juventud es como la muerte en vida.

Los asesinos querían darle una lección a M. Rosario Endrinal y demostrarle el asco y el desprecio que su deterioro les despertaba. Primero la insultaron y le lanzaron objetos. Como no fue lo excitante que esperaban volvieron en compañía del menor para rociarla con gasolina.

Tranquiliza que el tribunal no se haya dejado impresionar por sus caras de niños buenos, por su conversión a los buenos modales (no le han apeado el tratamiento de "señora Endrinal" a su víctima en todas las sesiones del juicio) ni por su cobardía al querer responsabilizar del asesinato al menor. Porque estos adolescentes peligrosos son extremadamente cobardes. Incapaces de asumir sus propios actos porque tampoco nadie les explicó algo tan simple como que el peso de la ley puede caer sobre ellos.

Es a estos fascistas a los que hay que sacar de la calle y de los que se tiene que proteger una sociedad democrática, no de los que ocupan los bancos públicos por necesidad. Otra cosa es que la familia de la víctima la abandonara y ahora reclame una indemnización por su asesinato, eso son miserias de la vida.