En un tiempo tan complejo como éste, informativamente hablando, las cosas no son siempre lo que parecen o, por decirlo mejor, como nos las cuentan. Objetivamente, cuando una persona muere a manos de otra, en un primer momento solo sabremos eso, que alguien ha muerto; y cómo. A partir de ahí, los Medios nos harán llegar los detalles; no siempre con el rigor necesario debido a las prisas por ser los primeros en contarlo. En contra de la inmediatez que reclamamos, será mucho más tarde cuando los tribunales de justicia sentencien si se trata de un asesinato, un homicidio, un homicidio imprudente; o un accidente.

En el tiempo que pasa entre los hechos y la sentencia, escucharemos muchas teorías y calificaciones para el suceso en cuestión. Y no siempre inocentes, porque lo que se ha dado en llamar «sentencias de telediario» dependen, en muchas ocasiones, de quién sea el que mata pero, también, de la identidad del muerto.

Desde mi punto de vista, cuando un asesinato salta a los Medios de Comunicación se suelen producir algunos desajustes entre los hechos y la manera de contarlos. En unos casos, porque intervienen los intereses de poderes ocultos, que no vemos pero que están muy presentes. En otros, por razones más prosaicas, como las audiencias. También, por qué no decirlo, atendiendo a la ideología de cada uno de ellos, disfrazada de línea editorial.

Para ilustrar lo que digo me voy a referir a dos asuntos en los que no suele haber demasiada neutralidad. El primero tiene que ver con el que llamamos conflicto palestino israelí. En mis años de ejercicio profesional, y ahora como simple receptor de noticias, me llama la atención que, cuando muere un palestino por disparos del ejército israelí, la mayoría de los Medios españoles suelen titular que un palestino «ha muerto», como si le hubiera dado un infarto, mientras si es un palestino el que mata a un israelí, esa muerte se califica sin más de asesinato terrorista. Aquí, como en otros asuntos de actualidad digamos global, no suele haber medias tintas.

Sí las hay cuando la muerte no está relacionada con un conflicto tan enquistado como este. En los casos de asesinato de personas anónimas, la línea editorial, o ideología como he dicho, suele ser determinante a la hora de contar y adjetivar lo sucedido. Sobre todo, porque en asuntos más domésticos, especialmente si son impactantes, algunos Medios, Televisiones sobre todo, convierten los asesinatos en espectáculo. En muchas ocasiones, ayudados por algunos políticos, que enredan para intentar llevar el agua al molino de sus intereses; además de los votos de los incautos. Especialmente en periodos electorales como el actual.

Sobre este asunto, el manoseo del dolor ajeno con fines partidistas, he estado reflexionando estos días, observando algunos contrasentidos evidentes. Como en el caso del conflicto palestino israelí, me indigna que no se trate lo mismo a todas las víctimas; ni a sus asesinos. Sobre todo, si la víctima es una mujer.

Me llama poderosamente la atención, pero no me extraña, que cuando un individuo asesina a una mujer desconocida, los apóstoles políticos del castigo ejemplar y ejemplarizante se desgañiten pidiendo la prisión permanente revisable para el presunto asesino. A ninguno de ellos le he oído pedir el mismo castigo para el animal que mata a su pareja o ex pareja. En estos casos, demasiados sin duda, muchos políticos se limitan a guardar un minuto de silencio para, a continuación, negarse a calificar esos asesinatos como machistas y, en algunos casos concretos, proponer en paralelo la derogación de la Ley de Violencia Machista.

Aquí, al tratarse de políticos profesionales, entra en escena la ideología; sin subterfugios ni disimulos. Una ideología nada respetable en mi opinión, pues pone al descubierto el concepto que muchos tienen sobre las mujeres. Porque pedir prisión permanente revisable (con la que no estoy de acuerdo, ni está en la Constitución que estos mismos dicen defender) para el asesino de una mujer desconocida y no pedirla para el asesino de su pareja (y madre de sus hijos en algunos casos) me lleva a afirmar que, quienes así actúan, piensan que cuando un hombre se empareja con una mujer, ésta le pertenece. Por supuesto, nadie lo admitirá, pero parece bastante claro que así es.