Como esa madre o padre que han cogido un tren o un par de buses para llegar a casa, agotados, y lo único que les recibe son gritos destemplados y quejas indiscriminadas, y sin cenar aún, piensan... así que... Como ese ilusionado estudiante con su impuesta beca de graduado aún caliente en las manos y la ilusión por montera, que un año después sólo encuentra entrevistas y nunca trabajo, y reflexiona... así que... Como ese abuelo aparcado en una residencia, sin visitas, tras una vida dedicada a la familia, y claro, se lamenta... así que...

Así que esto era todo. Yo, como los de mi generación, no viví la Transición. Estábamos presentes, por supuesto, pero desde nuestras cunas, carritos o parquecitos no se puede decir precisamente que fuéramos partícipes. No votamos, ni fuimos protagonistas, ni por descontado terminamos ninguna larga noche de elíptica farra cerrando el Penta o Pachá. Para nosotros la Movida no pasó de ser un título de recopilatorio. De hecho, para nosotros la movida vino después...

Lo que sí nos dijeron y contaron era que toda esa transición era un legado que cuidar. Que nuestra democracia no contaba con raíces muy profundas, tenía un tallo poco sólido y que teníamos que cuidar para que se robusteciera. Y eso sí lo vimos, con aquella amenaza panderestesca que significó el Golpe del 81. Crecimos con la idea de que existían ciertas cosas de las que era mejor no hablar y nos acomodaron a un sistema, democrático en teoría, en el que todo supondría siempre una mejora, un progreso. Un sistema en el que el Estado abarcaba nuestras necesidades, básicas y no tan básicas. Un sistema que nos protegía en tantos ámbitos de la vida, que pareciera que nos anestesiara. Para que no nos preocupemos demasiado. Y de ese modo, no le exigiéramos diligentemente y perdonásemos esas pequeñas fallas o grietas que todos los sistemas de este tipo tienen. Hombre, hay que comprenderlo, ¿no? Pues no.

XTAMBIENx nos bañaron en una avalancha de modernidad y chispeante escaparate internacional. Aquel mágico 92 de los Juegos en Barcelona y Expo en Sevilla. Los deslumbrantes años del crecimiento económico. Nos lo creímos, y quizás España recuperó su lugar en el mundo. Pero todo ello, de puertas afuera.

Dentro, la casa siempre estuvo sin barrer. Y, así, nos hemos acostumbrado a vivir en un permanente estado de corrupción. Desde los ochenta, y con políticos de todo signo y condición. Aprendimos con los periódicos lo que eran términos como tráfico de influencias, financiación ilegal o prevaricación. Y de un modo prácticamente imperceptible, nos fuimos haciendo inmunes a escándalos recurrentes, a que los partidos y cargos estuvieran siempre bajo la sombra de la sospecha. Imaginamos cómo se distribuye el dinero público, y cuando conocemos la ración que se va al sumidero de la corrupción política, nos resignamos como si fuera algo que forma parte --insana, pero parte-- del sistema. Y no lo es.

Nos toca asumir nuestra cuota de responsabilidad. El resto está, eso sí, en manos de los partidos y políticos. Partidos, engranajes monolíticos, instrumentos nada democráticos (farsas de primarias incluidas) que convierte a quién entra en adorador y no en colaborador. Políticos que, como estatuas de sal, son cogidos en falta y se paralizan pero sin dimitir ni renunciar, mientras dura la tormenta, ni a un ápice del pastel que (creen) que les toca. Aún contamos con los dedos de la mano los políticos que en este país han dimitido en los últimos treinta años.

El precio de nuestra corrupción está lejos de ser pequeño. Toda la prensa mundial se hace eco del tremendo estado de podredumbre que asola a nuestras instituciones. Sería demasiado candoroso pensar que eso no se va a reflejar en nuestra economía. Necesitamos una regeneración democrática, de la que tanto hablamos pero nunca llega. Esto no puede ser todo.

Y, además, Mariano , hombre, no devolver mensajes no es signo de educación... responde al pobre Luis , que los demás nos enteremos. De una vez. Porque a nosotros, en el Congreso, ya sabemos que no vas a tener la deferencia de explicarnos nada. Claro que para eso te han votado la mayoría absoluta, ¿verdad? ¿Seguro?