El inmortal Schubert componía de cabeza y ocasionalmente en el piano de algún amigo. Frente a los estamentos privilegiados de aquella época, la libertad radical del músico costaba muy cara. Las penurias y privaciones que tuvo que pasar el autor de la Sinfonía inacabada son el polo opuesto de la opulencia que exhiben los hijos mediáticos del rock. La industria del entretenimiento global genera más beneficio que cualquier otro negocio y paga bien a sus criaturas. Un famoso gana más que la mayoría de los banqueros y empresarios, y es más aclamado que casi todos los políticos. Con los científicos no tienen punto de comparación. ¿Cuántos conocen el nombre del último Premio Nobel en física o de alguien que lo haya recibido a lo largo de la historia?

La música es el negocio más rentable de la industria del entretenimiento y, vinculada a ella, una estrella musical brilla más que un astro de la pantalla y que los galácticos del deporte. Con este plus de marca o logo venden cualquier cosa o cualquier causa por todo el planeta. El éxito los transforma en figuras públicas. Pronuncian minidiscursos, conceden minientrevistas, se fotografían con los líderes políticos en posición de apretón de manos o protagonizan brevísimos encuentros amables que salen un minuto en los telediarios. Esa contribución pública suele ser generosamente recompensada. El joven triunfador David Bisbal recibió el año pasado la Medalla de Andalucía, que entrega la Junta de Andalucía, en reconocimiento a su trayectoria artística, proyección internacional y al compromiso con su tierra. El viejo rebelde Mick Jagger fue nombrado en 2004 Caballero de la Orden del Imperio Británico y en 2005 embajador de la candidatura olímpica de Londres 2012. Vidas ejemplares, vidas olímpicas.

AUNQUE EL éxito y la fama de las estrellas desbordan los parámetros meramente económicos, las apuestas de la industria musical se asemejan a las más desorbitadas especulaciones. Apoyado en regulaciones y derechos de propiedad artificiosos, el negocio consiste en blindar la explotación, en todos los medios de difusión habidos y por haber, del sonido y la imagen que irradia una de estas estrellas, durante décadas. Cánones, derechos de autor, protección a la creatividad y otros primores, justifican las enormes transferencias rentas que reciben de los consumidores, entre los cuales se cuentan las administraciones públicas, que firman suculentos contratos por bienes y servicios a los que es muy difícil o imposible asignar valor, cuando no conceden subvenciones más o menos encubiertas que engordan la cuenta de resultados. Especulación alimentada también por la beligerancia corporativa. En España, la SGAE reclama al sector tecnológico 1.200 millones de euros, para este año, en el canon que se aplica a los CD y DVD (Expansión 23.02.2007), y no cesa en su cruzada implacable contra el top manta .

El despliegue de la industria es arrollador. Una canción/vídeo que entra en las listas de venta, reproducida continuamente las veinticuatro horas del día en radios, canales de televisión temáticos y en la red, por todos los rincones del mundo, genera ganancias astronómicas. El sol no se pone en el imperio de las estrellas que están en el ranking. Ricos y famosos, rebeldes a la moda, son literalmente objeto de culto para multitudes. Objetos y cultos continuamente renovados por una industria que maneja presupuestos colosales de promoción. Un joven del gueto, carne de cañón o de prisión, puede ser propulsado por una productora musical para colocar cualquier mercancía. Millones de seguidores en todo el mundo comprarán lo que se ponga, utilice o consuma por atrabiliario que sea. Con desaliño estudiado o glamour, furioso o en pose cool , manda mensajes de éxito, incluso de autoridad. Un arsenal de asesores de estilo logran que la actuación resulte profesional y convincente, de modo que el medio, en este caso el icono objeto de deseo, es el mensaje. Y así, en el pedestal del muy multimillonario, parecen investidos de unos conocimientos y una moral superior, y los más at the top ponen en escena los atributos de los grandes líderes, suma prepotencia que lleva al delirio a millones de fans. En fin, la arrogancia, que hace a los humanos odiosos a los ojos de los dioses en la tragedia griega, metabolizada en el espectáculo.

*Economista