Ya hemos comprobado que el resto de Europa estaba adoptando las mismas soluciones de ir tirando porque también anda escasa de políticas multiusos que lo peguen todo. Hemos constatado que sus gobiernos rectifican tanto o más o peor que el nuestro, y donde Zapatero dijo caldo, Angela Merkel dice dos tazas. Ahora nos disponemos a recortar el déficit por donde siempre porque nos dicen que cobrárselo a quien lo causó resulta latoso, cansado y además no saben muy bien cómo hacerlo. Se confirma con claridad que esta crisis ya no es otro episodio de malestar económico, sino una ofensiva integral contra el proyecto europeo y el modelo de bienestar que representa. Ahora que ya sabemos que la pieza a cobrar es el Estado del bienestar, convendría empezar a hablar en serio del desafío que afrontamos. Dejar de correr como pollos descabezados del colapso de los mercados al del crédito, de la refundación del capitalismo a la insostenibilidad del Estado, o de la ruptura del euro a lo que toque quebrar mañana.

Para empezar, asumamos sin complejos que la crisis financiera ha derivado en una oportunidad que intereses poderosos quieren aprovechar para desmontar nuestro modelo público de bienestar, abriendo nuevas áreas de negocio y convirtiendo en beneficios privados lo que hoy es gasto público. La cuestión ya no es si la reforma laboral convence a los mercados. No les importa, buscan otra cosa. Lo que debe preocuparnos es si afrontará los problemas críticos de nuestro mercado laboral y el bienestar que sostiene: competitividad, productividad y formación. La cuestión ya no es si los mercados creen o no los planes contra el déficit. Su negocio es no hacerlo. El dilema relevante para nosotros es cuánto déficit podemos recortar sin amenazar la recuperación ni volar las bases del bienestar. Ya nos ha quedado clara la parte donde debemos hacer sacrificios. Ahora urge que alguien explique si los vamos a hacer todos y para qué nos vamos a esforzar tanto. Si es para mantener los márgenes de beneficio y la confianza de los mercados, o es para preservar el mayor invento de Europa: el Estado del bienestar.