Periodista

Hace unos meses visitó Cáceres un profesor norteamericano acompañado de su familia. Se fue a pasear por Cánovas con su hijita y con un catedrático de la Uex que también llevó a su niña. En un momento determinado, las pequeñas desaparecieron de la vista de sus padres y el profesor visitante se puso fuera de sí. Quería llamar a la policía y costó tranquilizarlo. Al rato reaparecieron las dos niñitas, que venían de jugar de alguna fuente, de algún columpio, de algún templete. El americano acabó entendiendo que Cáceres no es Washington, que aquí los niños no necesitan guardaespaldas y que pueden jugar en los parques con absoluta tranquilidad. El propio delegado del Gobierno reconocía hace poco a este periódico que Extremadura es una región tranquila sin graves problemas de seguridad ciudadana.

Sin embargo, si uno repara estos días en las medidas propuestas por el Partido Popular, parece como si la delincuencia callejera fuera un problema gravísimo en toda España. Y claro, sales de casa temeroso, esperando atracos, tirones, secuestros y navajazos y lo más que te encuentras es a un tipo encasquetado al que persigue y reduce un barrendero local y a otro delincuente peculiar que atraca una multitienda para robar dos baguetes .

Sospecho que en el resto de España, salvo en las grandes ciudades, la situación es parecida. Sin embargo, el PP ha iniciado su campaña en pro de la seguridad y todos acabaremos creyendo que vivimos en uno de esos barrios de Washington por donde nunca se aventuran los profesores con niña.

La culpa de estos miedos y de estas campañas tan tremebundas también es del chapapote. La mancha del Prestige no llegará a Extremadura, pero sí ha llegado el quitamanchas. Hasta que apareció el famoso petrolero, el gobierno tenía bien definido su enemigo estratégico: el PNV. Pero el chapapote desvió la atención de los ciudadanos y rompió la estrategia de Aznar. El petróleo se convirtió en el enemigo número uno de los votantes y los ministros han tardado un mes en darse cuenta. Como se trata de un enemigo no escogido y poco conveniente por imprevisible, los estrategas del PP, liderados por Arriola, han seguido la estela de aquella protagonista de las Retahílas de la escritora Carmen Martín Gaite a quien "encontrar enemigo era lo único que la animaba a discurrir lo poquito que discurre" y han recurrido al último banderín de enganche de cualquier gobierno conservador que se precie: la inseguridad ciudadana.

Esgrimiendo esa bandera, Le Pen sorprendió en las elecciones presidenciales francesas y Chirac las ganó. El demagógico concepto de inseguridad ciudadana ya fue esgrimido contra UCD y contra el PSOE en los 80 y ahora regresa siniestro para ayudar a olvidar el chapapote.

Pero una vez más, la estrategia nacional del PP rechina en Extremadura. Cuando el PNV y el nacionalismo eran el ogro, Rodríguez Ibarra les adelantaba por la derecha. Cuando quieren convertir la inseguridad ciudadana en el monstruo de siete cabezas, llega un barrendero y les desmonta el argumento de un escobazo.