El Colegio de procuradores de los Tribunales, al que pertenezco por mi profesión, nos comunica que tal vez pronto todos los Tribunales de Justicia envíen las notificaciones diarias a las sedes de los Colegios, y que estos los pondrán cada mañana a nuestra disposición a través de la red . En general, los compañeros han festejado el proyecto, ya que el mismo nos evitará tener que ir a los juzgados y a la Oficina de Notificaciones, y podremos trabajar sin salir de nuestros despachos, pues igualmente los procuradores nos comunicaremos con los letrados por correo electrónico.

A mí la idea no me gusta nada. Tiene un par de inconvenientes estrictamente profesionales que no vienen al caso. Pero sobre todo encierra una amenaza de otra índole, que me resulta aterradora: no pasa un solo día sin que la informática se apodere un poco más de nuestro ámbito existencial.

Algún colega más reflexivo me dice con preocupación que si la trasmisión de documentos, parte esencial de nuestra labor, la hacen los ordenadores, nuestra profesión podría llegar a resultar casi innecesaria. Es posible. Pero también sería innecesaria la intervención de los abogados, cuyo trabajo podrían realizarlo, y ya lo hacen, sapientísimos programas informáticos que contienen más información legislativa que el más conspicuo letrado, y además la aplican inteligentemente. Pero es que los jueces también llegarían a ser innecesarios, porque a estas alturas de la tecnología nada impide que a un ordenador le introduzcas los datos de un litigio y que te proporcione una sentencia, desde luego con más rapidez y probablemente más ajustada a Derecho que la que dicte un juez de carne y hueso. Y es que, en realidad, lo que va resultando innecesario es el hombre, exceptuando el genio científico que crea estos inventos, y el genio financiero que los divulga.

EL SISTEMA en proyecto nos evitará acudir a los juzgados y nos proporcionará, probablemente, una vida más relajada. Pero al mismo tiempo nos privará del contacto con compañeros, funcionarios y clientes; y los pequeños estímulos cotidianos de la solidaridad, de las rencillas, de los contratiempos; y por supuesto los deliciosos descansos en mitad de la jornada ante un café compartido. En fin, no tendremos oportunidad de ejercitar cada día los elementos que componen la urdimbre emocional del ser humano, que por falta de uso se irán atrofiando poco a poco.

Sería absurdo negar los enormes beneficios que nos ofrece la informática, concretamente internet. Jamás el hombre había tenido a su disposición tanta información inmediata ni semejante capacidad de comunicación. El problema está en no delimitar el espacio que conviene cederle y el que debemos preservar para nosotros de manera irrenunciable.

A través de internet la gente ya lee la prensa, realiza operaciones bancarias, hace compras, se enamora... Ya veremos si no acaba amándose, en el sentido paradójicamente más físico del término, mediante algún programa de virtualidad erótico-electrónica.

A veces uno piensa en el futuro próximo e imagina ciudades fantasmales con calles vacías y edificios herméticos, silenciosas colmenas donde cada persona consume su ciclo vital extasiada ante una pantalla mientras en una simbiosis patética se le va informatizando el alma y su corazón palpita a golpe de dígito. Ese extremo, no tan disparatado, puede ser muy eficaz para la administración del tiempo con un criterio puramente economicista, pero nos produce terror a quienes necesitamos relacionarnos con nuestros semejantes cuerpo a cuerpo y alma a alma para gozar del milagro sublime de la existencia.

*Procurador de los Tribunales