La muerte de un hombre de 78 años en Mérida, atropellado por un coche que participaba en una carrera ilegal y circulaba a 130 kilómetros por hora, muestra que las campañas persuasivas de la Dirección General de Tráfico sobre los límites de velocidad no llegan a todo el mundo; ni siquiera las punitivas: quien es capaz de hacer carreras al mediodía en una de las arterias de una ciudad tan poblada y con tanta densidad de tráfico como Mérida, que mata a otra con el coche y que se da a la fuga no es receptivo a los mensajes ni a las amenazas de las multas. Puede que ni siquiera le sujete la posibilidad de acabar en la cárcel.

Por eso, solo las barreras físicas parecen ser razonablemente eficaces para evitar esas conductas: los limitadores, los resaltes del pavimento, cualquier obstáculo físico que impida una conducción temeraria se está mostrando más disuasorio que las herramienta legislativa. Mucha gente no los necesita para circular, les basta con observar la ley, pero otra gente solo frena si teme dañar los amortiguadores de su coche. Es esa gente la que puede circular a 130 en un tramo con limitación de 50; la que puede arrollar a un peatón y matarlo. Es una lástima que el Ayuntamiento de Mérida no se haya decidido a colocar esos obstáculos físicos hasta que no ha ocurrido esta desgracia. Y eso que ya sabía que la avenida Reina Sofía es de las más peligrosas de la ciudad.