Licenciado en Filología

Las aves tenían un torvo vuelo y los arúspices interpretaban augurios de muerte en sus oscuras vísceras. Cuando el César se acercó a la tropa con el pavo de acción de gracias, acercaba auspicios de muerte a los jóvenes combatientes.

La muerte venía encadená a miles de mentiras: armas de destrucción masiva que podían acabar con el mundo en 45 minutos, relaciones con el terrorismo de Al Qaeda, un ejército iraquí terrorífico, una población civil que recibiría con flores y miel a los vencedores: ahí empezó el cenagal. Con la posguerra vinieron más mentiras: no es ejército de ocupación, es un paisaje hortofrutícola, van en misión humanitaria, en combate contra el terrorismo mundial: el cenagal ya era trampa letal. Y llegaron los muertos, y llegaron más mentiras a los ciudadanos, porque siempre se parte de la consideración de que los ciudadanos son idiotas y no entienden que para que unos vivan otros han de morir.

Hay una extensa lista de fabricadores de mentiras, irreductibles e inconfesos: el presidente Aznar a la cabeza y sus furrieles parlamentarios batiendo palmas a cada fullería, incluida la manipulación del dolor para condicionar el debate político; la televisión pública colaborando en la maniobra; un argumentario militar falso a sabiendas y una tropa de periodistas proclamando héroes a siete muchachos enterrados a solas y en soledad.

El alto grado de afinidad intelectual entre Bus y Aznar concibió una guerra para apropiarse del petróleo y reorganizar la zona, sin que sus brillantes entendederas pudiera imaginar que a todo el que aprieta el gatillo le puede salir el tiro por la culata. En las vísceras del pavo de acción de gracias servido por el César no se leía el dulce et decorum pro patria mori ; solo había augurios de muerte sobre jóvenes enviados a una guerra injusta perpetrada por políticos tramposos de vuelos ramplones y entrañas también oscuras.