TEtn poco tiempo las calles se han llenado de quienes están preocupados por lo que ocurre en las aulas: hace unos días eran estudiantes los que se quejaban ante las concesiones del Gobierno a las órdenes religiosas y a los colegios concertados, pero mañana es la derecha sociológica la que reclama asignatura de religión con castigo para los no creyentes o más dinero para sus centros aunque reservando el derecho de admisión. Que la educación sea centro del debate es una noticia importante para nuestro futuro pero que en él se reproduzcan las posiciones atrincheradas de la coyuntura política actual es un pésimo augurio. Es urgente una norma consensuada, que sirva para varias generaciones y con la que puedan trabajar gobiernos de signo diferente. Conseguirlo será el producto de la cesión y de la negociación entre partidos, sindicatos, madres y estudiantes.

Pero, antes que nada, habría que ponerse de acuerdo en unas cuantas premisas básicas sin las cuales la LOE acabará en el mismo cubo que la LOCE o la LOGSE: habría que intentar que la educación sea lo más universal posible, que lograra formar ciudadanía en el más amplio sentido del término, que ofreciera calidad a todos por igual y que no fuese el primer escenario de ningún tipo de segregación. Además del acuerdo hará falta dinero para adecentar los centros, rebajar las ratios (especialmente en Educación Infantil), fortalecer las materias instrumentales y los idiomas, reciclar profesorado y dotar de personal especializado para atender la diversidad y complejidad del alumnado del siglo XXI. ¿Habrá presupuesto para estos cambios o habrá que hacerlo con los escasos y desanimados mimbres que tenemos?

*Profesor y activistade los derechos humanos