No cabe duda de que un entorno de complejidad creciente, de cambios rápidos y de debilitamiento --liquidez, dicen los sociólogos-- de estructuras sociales es campo abonado para la búsqueda de elementos sólidos, firmes, indubitables a los que poder aferrarse en tiempos de zozobra. Como escribe el mismo autor que habla de "modernidad líquida", la fe religiosa en la inmortalidad ha sido sustituida por la fe en la familia y en la nación, elementos ambos que perduran al individuo. La cuestión es tener algo a lo que agarrarse.

Tampoco caben muchas dudas de que la fe en la ciencia, la fe en las ciencias naturales, ha cumplido y está cumpliendo la función de ofrecer un puerto seguro en este mar azaroso en el que se ha convertido la cultura del nuevo capitalismo. Son las nuestras sociedades de expertos, en las que estos cumplen con la función de garantizarnos la sensación de realidad que ni la moral, ni los usos y costumbres, ni las estructuras sociales, ni la historia nos pueden ofrecer ya. Lo que sucede es que esa misma ciencia, si quiere ser algo más que márketing y magia, como dice el premio Nobel Robert B. Laughlin , se tiene que enfrentar experimentalmente a lo que denomina los fenómenos emergentes, para lo cual ya no sirven las fórmulas que daban cuenta de la causalidad lineal.

XDURANTE MUCHOx tiempo de la evolución de las especies, la reproducción fue asexuada: por simple división surgían clones perfectos que heredaban el mismo código genético de la unidad inicial. La reproducción sexual abrió las puertas al cambio, a la incertidumbre, a las mezclas cuyo resultado no era posible predecir sin más. El resultado de la reproducción sexual no es simplemente la suma de los elementos previos. La reproducción sexual implica heterogeneidad contra la homogeneidad implicada en la reproducción asexuada.

Viene todo esto a cuento de que uno de los elementos principales, incluso el pilar fundamental, de la cultura moderna parece contradecir todo lo dicho: lo importante es la identidad, permanecer siempre idéntico a sí mismo, yo soy yo, yo me doy a mí mismo mis leyes, yo me gobierno a mí mismo, no reconozco fuera de mí mismo nada con capacidad de cambiarme. La autonomía se convierte, al menos desde Kant , en el principio guía de la modernidad. Autonomía del individuo, autonomía de los colectivos, autonomía del derecho, autonomía del conocimiento, autonomía de la ciencia. Y, de la mano de la autonomía, todos los términos que comienzan con el mismo prefijo que significa yo mismo: autogobierno, autodeterminación, autoservicio, automoción.

Claro que, siguiendo la lógica de este principio estructurante de la cultura moderna, la consecuencia del autismo no se encuentra nunca lejos del punto al que se puede llegar. Hasta que cualquier relación aparece como un peligro para la autonomía y, por lo tanto, como algo que evitar para impedir cualquier inicio de dependencia.

El autismo implica una dificultad enorme para entrar en contacto con la realidad. La búsqueda de la autonomía, del autogobierno, de la autodeterminación por el nacionalismo vasco parece que le va abocando cada vez más hacia alguna forma de autismo. La sociedad vasca, lenta en sus transformaciones y tremendamente brusca cuando ya es demasiado tarde, se ha resistido al intento del nacionalismo gobernante de producir nacionales por medio del sistema educativo y de los medios de comunicación públicos. Y, aunque lentamente, ha ido aumentando el porcentaje del voto no nacionalista en la última década. Las últimas elecciones municipales y forales señalaron un incremento visible en esa tendencia. Pero el nacionalismo siguió ignorando la realidad y aferrándose a un plan, el proyecto de Ibarretxe de asegurar la pervivencia de la identidad milenaria vasca cortando al máximo sus relaciones con el exterior inmediato que es España.

Y ahora el principio de realidad se le impone al autismo en el que ha entrado el nacionalismo vasco. En las últimas elecciones generales ha perdido 120.000 votos. Ha perdido su condición de liderazgo no solo en Guipúzcoa y Alava, sino también en su feudo de Vizcaya. El PSE le supera en los tres territorios. El PP le supera en Vitoria y en San Sebastián. También en Getxo, en Irún y en Lasarte, y tiene el mismo número de votos en Rentería, por citar solo unos ejemplos.

Pero el nacionalismo sigue encerrado en su autismo. EA se aferra a su programa independentista sin matices. Y el PNV proclama que el plan Ibarretxe no ha tenido nada que ver con el resultado electoral. Sigue el nacionalismo empeñado en buscar la definición política de la sociedad vasca, como si esta fuera homogénea o muy mayoritariamente nacionalista. Y si la realidad electoral dice otra cosa, peor para la realidad. Con lo que queda de manifiesto que la única razón de su radicalización reside en cobrar el precio del cambio de marco a cambio de la desaparición de ETA. Mera quimera.

*Presidente de la asociación cultural Aldaketa (Cambio para Euskadi).