TEtrrar es humano y no hay cosa más común que equivocarse. La soberbia, primero de los pecados capitales que aprendimos gente antigua como yo en el catecismo, la negra honrilla, madre del egoísmo, que impide admitir la propia pequeñez y que, contrario al verdadero conocimiento de uno mismo en que se funda la autoestima, nos hace querernos más de lo que merecemos, es el peor consejero. Ciega el entendimiento y constituye camino seguro hacia el ridículo. La humildad, esa protectora amorosa que impide a los pocos que la poseen, caer en el burdo absurdo de la autojustificación, es antesala de la sabiduría. Mas ¡qué difícil encontrar una persona humilde!

Proliferan ahora los libros de autojustificación. Hay epidemia entre los otrora considerados prohombres, hoy convertidos en objeto de todas las críticas. Los expresidentes, unos más soberbios que otros, llamados por un espíritu mesiánico como el que parece --solo parece-- iluminar a Aznar , o por una necesidad de explicarse, harto tal vez de ser considerado el tonto de la película, como Zapatero , escriben memorias. Escasa originalidad. Que ya Blair , Thatcher , Clinton y otros estadistas más o menos insignes, se dedicaron a la literatura autobiográfica allá en sus lares. Y no solo los presidentes, pues Guerra antes, Bono luego y ahora Solbes , no se sabe si para vengarse, explicarse, seguir en candelero, descargar la conciencia o por desahogo y terapia, también han cogido la pluma.

Ellos no confiesan como Neruda que han vivido. Sino que, tal vez, de alguna manera, empujados por las circunstancias, en situaciones dificilísimas, cumpliendo con su deber, debatiéndose entre la soledad del poder, su conciencia, sus principios y casi casi la fuerza del destino especialmente duro con ellos, se equivocaron. Cometieron errores. Pero menos.

Voy a leer alguno de esos libros. En busca del arrepentimiento por la inconsciencia, irresponsabilidad, incapacidad o falta de visión de futuro de que hicieron gala sus autores. Rastrearé en sus páginas una disculpa, una sola frase de perdón. Si la encuentro, habrá merecido la pena.