Si España es de los países con más proporción de trabajadores por cuenta ajena de Europa, no se puede decir que sea por el trato administrativo o fiscal que reciben. Pese a ser una figura tan consolidada en el funcionamiento de nuestra economía --el 17,5% de los ciudadanos activos son autónomos--, la regulación de su actividad ha sido, y es, deficiente.

El Estado siempre ha sospechado de esta figura, especialmente en lo que se refiere al cumplimiento de sus obligaciones fiscales. Por eso, Hacienda implantó el sistema de módulos, de manera que cada pequeño empresario paga una cantidad fija en función de los parámetros que el propio fisco establece, y este ya puede olvidarse de las inspecciones. Se conforma con unos ingresos que pueden no tener relación con la facturación real del bar o del taxi, pero que no fallan.

Se trata de una fórmula que podría haber tenido un sentido censitario en los primeros años de la democracia, pero que hoy no tiene justificación; además de que en una situación de crisis como la actual puede resultar muy injusto al hacer pagar por unas rentas inexistentes. De hecho, casi ninguno de los grandes países industrializados utiliza un método tan de tablarrasa.

La ley del emprendedor, tantas veces anunciada, no llega a aprobarse porque cualquier iniciativa legislativa en esta materia debe contemplar apoyos de la Administración, y en estos momentos lo que ocurre es justamente lo contrario: se han secado los que hasta ahora existían. Pero es el momento adecuado para dar impulso a las gentes con vocación de patronos.

Las altas diarias de autónomos en la Seguridad Social responden a tres tipologías distintas. En primer lugar, quienes se establecen por su cuenta tras perder el empleo que tenían; luego, quienes directamente quieren trabajar para ellos mismos, como es el caso de muchos inmigrantes llegados a España; y, finalmente, los llamados autónomos dependientes, que tienen un solo cliente, que en realidad ha externalizado el puesto de trabajo. En estos momentos, no se puede desatender a ninguna de las tres figuras. La cifra neta de autónomos bajó en 50.000 personas en el pasado 2012, el cuarto año consecutivo en que cae. Algunas de ellas se pusieron a trabajar por cuenta propia obligadas por las circunstancias, pero en otros casos habrá acabado una carrera empresarial que podría haber generado riqueza y empleo.