La idea de descentralizar España y tejer una red de autonomías fue una buena idea sobre el papel. También fue una buena idea sobre el papel crear una sociedad comunista. Sobre el papel es que las cosas tienen un futuro que casi hay que sentarse para que la emoción no te derribe. ¡Pues anda que la sociedad hippy!

Sobre el papel lo de la fraternidad de la comuna era la leche, que diría un antiguo, o "lo más" que definiría un pijo actual, pero ya vemos lo que sucedió con el comunismo, con la comuna hippy, y ya veremos qué sucede con las autonomías que, en lugar de acercar los problemas del administrado a la administración, y evitar que un tipo de Madrid diseñe un barrio de viviendas protegidas para Santiago de Compostela, habiendo vivido toda su vida en Málaga, se han convertido -las autonomías, me refiero- en una familia que cada año muestra sus maneras más egoístas e insolidarias ante la lectura del testamento del abuelito, léase los presupuestos autonómicos.

De momento, hemos aumentado considerablemente el gasto al multiplicar el número de funcionarios sin que se hayan multiplicado el número de servicios. España era un restaurante que funcionaba medianamente bien con cien camareros, pero se nombraron a diecisiete matres para que controlaran cada uno una zona de mesas, y ahora tenemos a cuatrocientos camareros, incluidos embajadores que salen a la calle para decir, no lo bien que se come en el restaurante, sino para recomendar la zona de la mesa de uno de los matres. Nadie habla de reducir gastos.

Y el maitre es más aplaudido cuanto más egoísta y aprovechado se muestra, con lo que hay una carrera permanente a ver quien se muestra más chulo con el jefe del comedor. Y, encima, ese dinero que sale de nuestros bolsillos se reparte como si fuera del padre del maitre. ¡Su padre!