No por temida, la muerte de Terenci Moix ha supuesto un golpe menos doloroso para la cultura y la sociedad españolas. Autor de una vastísima producción, necesariamente irregular, Moix pasará a la historia de las letras como el adalid de una renovación que en los años 60 y 70 sacó a la literatura española de su ensimismamiento en la resistencia y la introdujo de cabeza en un mundo de modernidad, mitomanía y cultura pop.

Una pieza fundamental de esa revolución fue la novela El día en que murió Marilyn, que abrió los ojos de toda una generación a un abanico de influencias hasta entonces inéditas en la España del tardofranquismo: el cine de Hollywood, la moda, la cultura de masas y el cómic.

Terenci Moix fue, además, un personaje que trascendió su propia obra y que, con su comportamiento, sus declaraciones y su ciclo de libros autobiográficos dio testimonio de vitalidad, de generosidad, de valentía, de franqueza, de progresismo y de apertura de miras. Un hombre que conocía el valor de la provocación, pero que también sabía llegar al corazón de la gente. Una conciencia crítica necesaria. Un autor irrepetible.