El ejercicio de la autoridad es fundamental para el buen funcionamiento de cualquier sociedad, grupo, familia o colectivo. De una autoridad bien entendida, huelga decirlo. Porque la utilización torticera de los poderes que confiere, su perversión o el abuso conducen al autoritarismo, que desnaturaliza, desvirtúa y corrompe los altos valores que alberga la auténtica autoridad.

Hubo tiempos pasados en que algunos agentes de la autoridad se valían de su papel preponderante, y de la falta de control interno, para dar rienda suelta a sus ínfulas de poder, a sus peores instintos y a la ruindad moral de quien gusta de ver a los demás postrados. Y también hubo gentes que ejercieron su profesión con sentido de la justicia, responsabilidad e irrenunciable independencia, aunque, a veces, las condiciones no fueran las más idóneas. Se conocen multitud de ejemplos, en un sentido y en el otro, en campos como el de la docencia, la judicatura, la seguridad, la atención sanitaria, la actividad empresarial, el apostolado o la política.

Igual que ocurría en tiempos pretéritos, hoy podemos contemplar cómo hay quien ejerce la autoridad con desigual consciencia, consistencia, ética o acierto. Aunque también es verdad que los márgenes en los que se movían los autoritarios son cada vez más estrechos, y la seguridad jurídica, que protege a cualquier ciudadano, superior. Aún así y todo, sigue habiendo quien humilla y condena con la soberbia ignorante de la que están revestidos aquellos que se creen superiores a los demás. Y esto es siempre una mala noticia.

Sin embargo, hoy día, paradójicamente, sufren más muchos profesionales que ven cuestionada y maltrecha su autoridad, precisamente por los colectivos con los que trabajan o a los que se dirigen, que quienes siguen sintiéndose amparados por una patente de corso que les permite atropellar la dignidad y libertades de los demás. Y esto solo puede conducirnos hacia escenarios futuros indeseados. Porque la quiebra de los referentes éticos siempre termina entronizando a tiranos que, imponiendo su caprichoso criterio, acaban detonando los pilares en los que se sustenta cualquier estamento social sano. H*Diplomado en Magisterio.