TLta mayoría de los seres humanos llevamos dentro un autoritario y un egoísta. Por lo general, el egoísta trabaja para el autoritario y viceversa. Al tratarse de un asunto de natura y no de cultura, la única neutralización posible es pasar el autoritarismo y el egoísmo por la ITV de la objetividad. Pero, claro, como somos juez y parte, mucha gente se olvida de pasar la revisión, y el autoritario y el egoísta se agigantan. Noto síntomas inquietantes. Autoridades que confunden la legalidad delegada con el mando obtenido, y creen que la sociedad está formada por la tropa de un cuartel. Ciudadanos de a pie que se transforman en pandilleros, y creen que una concentración de personas es una tribuna para el insulto. O delegados del Gobierno que piensan que los policías les pueden servir confesos, sin intervención del juez, con la misma facilidad con que se le pide al camarero un vaso de agua.

Hay autonomías que discriminan a algunos ayuntamientos si su mayoría es ideológicamente distinta a la del Gobierno de la Comunidad. Lo hacen PSOE y PP, dividiendo a los ciudadanos de primera o de segunda, según quienes elijan para alcalde. Pero hay más. Catedráticos que tratan a los clientes, los alumnos, como si estos no merecieran respeto, y alumnos desconsiderados con sus profesores, porque no saben distinguir el acatamiento de la compostura. Mandos intermedios en las empresas que ejercen coerción, y persiguen con saña a quienes no se someten a sus caprichos. Lo malo es que los líderes de los partidos, obligados a dar ejemplo, contemplan a sus egoístas y autoritarios con dulce y suicida complacencia. Les protegen, les jalean e incluso, en ocasiones, les dan excitantes lecciones para la perfección. Mal asunto.

*Periodista