TEtn un artículo del profesor Manuel Vaz-Romero leí que el dinero es como el agua del mar, cuanto más se bebe más sed se tiene. Y así es, todos somos avariciosos; todos queremos más, como dice la canción. Pero eso sí, algunos quieren un poco más y otros muchísimo más. O sea, que lo mismo que existen riquillos, ricos y riquísimos, existen avariciosillos, avariciosos y avariciosísimos. Dice el modisto Karl Lagerfeld que el auténtico drama de la gente rica es que siempre la hay aún más. También están esos pocos que se conforman con lo necesario para no pasar penurias y concederse de tarde en tarde algún caprichito. Sé de gente que no juega a loterías de las que dan una millonada de premio por miedo a que les toque. "Pasar de rico a pobre es jodido, pero de pobre a riquísimo puede ser peligroso. Tanto pastón puede ser tu perdición si tienes la cabeza en las nubes y no tienes los pies en el suelo" comentaba hace unos días un camarero en un bar refiriéndose al sorteo que celebrará la ONCE el 11-11-2011, cuyo premio estrella es de 11 millones de euros.

Me viene a la mente la fábula mitológica del rey Midas, al que el dios Baco concedió el poder de convertir en oro todo lo que tocase. El pobre monarca disfrutó un montón rodeándose de oro, hasta que el hambre le recordó que el oro no es comestible. El pobre soberano avaricioso pudo librarse del maleficio y decidió vivir desde entonces como un rey pobre. Los avariciosísimos de este mundo deberían sufrir un castigo semejante. Eso sí, con derecho a arrepentimiento y a volver a probar bocado a cambio de sacar parte de su dinero a la calle para que se mueva y mueva la maquinaria que establezca la normalidad económica.

Creo que si buscamos en las vísceras de la crisis la clave de su existencia la encontraremos agazapada a la codicia dispuesta a seguir inflamándola. No sería mala idea invocar al dios Baco para que emborrachara a todos los avariciosísimos del mundo. Suele ocurrir que los hombres ebrios se vuelven muy generosos, incluso los más avarientos.