La política exterior es una de las bases sobre las que se asienta el desarrollo económico y político de un determinado país, es la que marca el grado de integración de una nación respecto a su entorno, constituyéndose en el mejor referente a la hora de determinar su peso específico, su nivel de influencia respecto a la política de alianzas o a las relaciones transaccionales, económicas o culturales realizadas a nivel internacional, pero esta relación de pertenencia exige una recíproca fidelidad que a veces suele comportar una serie de indeseadas servidumbres.

La política exterior puede estructurarse en función de consideraciones ideológicas o de afinidades políticas, pero la experiencia nos dice que conviene abstenerse de las amistades peligrosas, no contemporizando con gobiernos de dudosa fiabilidad democrática, y apoyarse en un modelo de coherente pragmatismo basado en la defensa de los intereses españoles, salvaguardados por las garantías de unos socios fiables como los países del ámbito occidental, con los que España mantiene similitudes históricas ideológicas y culturales. Y es que en política exterior es peligroso emprender una senda errática, que nos aleje de los objetivos de integración de los diferentes escenarios internacionales. En un futuro próximo debería ser la propia Unión Europea la encargada de asumir de forma conjunta los retos de la política exterior de todo s sus países miembros, evitando ese espectáculo heterogéneo, descoordinado y anárquico que se produjo no hace tanto tiempo como consecuencia del conflicto de Irak.

El multiculturalismo es una iniciativa cargada de buenas intenciones, algo que en las actuales circunstancias se aproxima a movimientos idealistas o utópicos, pero que constituye un sueño necesario, un proyecto que para materializarse necesita de la sistematización coordinada de organizaciones supranacionales como Naciones Unidas, y no ser tratado de una manera transversal y al margen de estas instituciones, pues requiere de un proceso lento y a largo plazo, sometido a complicadas cuestiones de diferente variabilidad.

Las relaciones preferentes de nuestra política exterior han de girar en torno a los países occidentales, regidos por criterios escrupulosamente democráticos y de libre mercado, donde se respetan el derecho internacional y los derechos humanos, la libertad de expresión y de pensamiento. España debe defender las políticas comunes de la Unión Europea, en lo referente a aspectos comerciales, de seguridad, de investigación, de desarrollo, implicándose en acciones capaces de atenuar los efectos del cambio climático, adoptando medidas para luchar contra el terrorismo internacional y la inmigración ilegal, mostrando su solidaridad a la hora de apoyar cualquier causa justa o cualquier tipo de adversidad, pero a la vez defendiendo los objetivos y los intereses propios de nuestro país, la implantación y el desarrollo de sus empresas e inversiones ubicadas muchas de ellas en zonas emergentes del área sudamericana.

XDENTRO DEx la Unión Europea, España está dejando de ser un país beneficiario para convertirse en un país contribuyente, este nuevo estatus debería repercutir positivamente a la hora de consolidar su posición de cara a los futuros procesos negociadores.

Hay políticas como la exterior, la antiterrorista, la educativa y la territorial, que deberían ser fruto del consenso entre las diferentes fuerzas parlamentarias, establecidas en torno a unos criterios básicos de mínima estabilidad y perdurabilidad, no sometidas a los avatares de las constantes fluctuaciones electorales. Ni la política exterior del Gobierno de Aznar debió escorarse tan sesgadamente hacia posiciones cercanas a Estados Unidos, ni la realizada por Moratinos debería mantener unas relaciones tan frías y equidistantes respecto a este país, porque en política exterior los desafectos se terminan pagando, y en cualquier caso debe evitarse la brusquedad de estos movimientos promovidos en el estrecho margen de tiempo de un cambio de legislatura.

Pero en este tiempo preelectoral en el nos ha tocado vivir, donde se diseñan y se perfilan con exactitud milimétrica toda suerte de programas, donde el panorama se llena de fulgurantes promesas, parece que deliberadamente los partidos se han olvidado de hacer llegar al ciudadano sus intenciones respecto a la política exterior, cuestión que debería darse a conocer sin ningún tipo de reparo o de ambigüedad, quedando claras las directrices que cada formación mantiene respecto a los objetivos generales, a los intereses y a las estrategias referidas a este aspecto de la realidad, pero sobre todo, el tipo de amistades con las que cada uno pretende jugarse los cuartos una vez conquistado el poder.

La política exterior es como una tela de araña que se teje en el silencio de la noche, como ese vino que añeja lentamente en la oquedad del tonel, sometido a un lento y delicado proceso de envejecimiento, sin prisas ni alharacas, asentado en el trabajo callado y constante, hecho a golpe de prudencia, sometido a la humildad silente y voluntariosa de quien ha de saber esperar.

*Profesor