TLtas hazañas de la gente sencilla bien que sabe ella y más que nada, que ha consistido siempre en leer. Y por eso leyó. Leyeron a Homero embobados habitantes de pisos interiores en barriadas de ciudades grises o iluminadas, y por ahí han continuado. Iban y venían y todavía van y vienen de biblioteca a librería, de silla en silla, de jardín en jardín, con los dedos tibios que se calientan pasando las páginas de las novelas de caballerías, misterio, amor o traiciones que escriben quienes se dedican a esto. Recorren los versos de los poetas mediterráneos, se embelesan con los volúmenes de viajes, piensan con los filósofos, anotan la historia con sus fechas y el nombre de los ríos donde navegan barcos que les lleven donde nunca irían ellos de otra manera.

Sueñan. Soñamos. ¿Qué mayor aventura que esa?

Y en estos libros que devoran los inquietos exploradores que entran y salen de portales con humedades o sin ascensor aún, todos estos siglos de alfabeto y de imprenta inventada, seres modestos y llanos, sometidos al sentido común, duermen y despiertan con su soledad profunda acompañada de toda clase de textos. Benditos textos. Benditas líneas que han dejado colgadas de un tendedero siempre a mano el espíritu de las más bellas y hondas palabras. Nos apoderamos, pues, de su misericordia.

*Escritora