Nadie se ha sorprendido de que las cifras de paro en España del 2007 sean peores que las del 2006. Si la situación económica ha empeorado en pocos meses, con su reflejo inmediato --y exagerado-- en las cotizaciones bursátiles de todo el mundo, el traslado de las malas perspectivas al mercado laboral estaba cantado. Pero en el caso español hay que contemplar previamente dos hechos singulares: el extraordinario dinamismo del sector de la construcción, empujado por la especulación inmobiliaria iniciada a principios de siglo, y la afluencia masiva de inmigrantes atraídos por las ofertas de puestos de baja cualificación que los españoles rechazan en agricultura, construcción y servicios.

En cuanto se ha atisbado el cambio de ciclo, cuyo detonante ha sido inesperadamente Estados Unidos, los datos de pérdida de empleo en España han corrido a la par. Según la EPA (la encuesta que mide el número de ocupados) del último trimestre del 2007, el paro en España aumentó en 117.000 personas. Supone cerrar el ejercicio con una tasa de paro del 8,6%, casi dos millones de ciudadanos. El peor registro desde principios del 2006, pero que hay que completar con los índices que indican que se ha seguido creando empleo y aumentan los contratos indefinidos. El fantasma del paro, junto al de la inflación, están más vinculados a ciclos económicos pasados que a los del futuro. Basta con ver los porcentajes actuales y compararlos con los de otras épocas. Hoy basta con políticas acertadas del sector público de inversión y formación para mantener esos índices en parámetros tolerables.