WTwras el triple homicidio en la joyería de Castelldefels, la reacción inmediata del gremio de joyeros ha sido pedir un endurecimiento de las penas. No tienen razón: tras las reformas penales del 95 y del 2000, los autores de este crimen pueden pasar hasta 30 años sin pisar la calle, y no parece razonable aumentar este límite.

En cambio, vale la pena preguntarse por qué los dos detenidos estaban en la calle. Respecto del más joven, es incomprensible que no hubiese ingresado nunca en un centro de justicia juvenil a pesar de tener 10 antecedentes siendo menor. Sobre el presunto autor material, que tiene 37 años, lo inquietante no es que no haya pasado más de 12 años en la cárcel por un homicidio anterior, sino que luego haya querido reincidir y con más salvajismo todavía.

En primera instancia, la culpa del crimen es personal e intransferible. Pero lo sucedido refleja --otra vez-- el fracaso de un sistema penitenciario que ni reeduca a los internos, ni los aleja de la droga mientras están entre rejas, ni los disuade de reincidir. Cuando las penas, cortas o largas, llegan a su fin, la cárcel no devuelve a la calle a ciudadanos dispuestos a iniciar una nueva vida, sino a delincuentes que muchas veces son más hábiles y crueles de lo que eran antes.