El debate del estado de la nación ha cerrado como cada año el curso político español. A nueve meses de las elecciones generales, José María Aznar inicia su retirada. Y lo hace con la iniciativa política muy dañada por el Prestige y la guerra de Irak, recuperada ahora tras los últimos comicios. Aclamado por los suyos, el presidente del Gobierno guarda personalmente las claves de su sucesión, reconduce la filosofía autonómica pactada durante la transición, cerca al nacionalismo vasco y mantiene una postura de abierta descalificación de la oposición. Todo ello con un tono intolerante que imitan algunos de sus colaboradores, como la partidista y tajante presidenta del Congreso de los Diputados, Luisa Fernanda Rudi.

El PSOE ha sacado poco fruto de un encadenamiento de fracasos y errores del Gobierno difícilmente repetible. Su zigzagueante reacción tras la crisis de la Comunidad de Madrid recorta parte del capital y la esperanza acumuladas hasta ahora por Rodríguez Zapatero. En otoño, éste debe empezar de nuevo a darle consistencia a su partido, a reforzar su equipo directivo y a formular sus alternativas al sistema de gobernar del PP. España se mueve, pero despacio.