Sería prematuro concluir con rotundidad, tras la entrevista de anteanoche a José María Aznar en Antena 3, que el expresidente del Gobierno tiene decidido volver a la primera línea de la actividad política. Pero es indudable que su reaparición pública en un medio masivo y en prime time ha tenido por objetivo recordar que sigue ahí con sus propias opiniones. Un recordatorio dirigido a la sociedad española, pero muy especialmente a sus propios correligionarios y a Mariano Rajoy , al que hace 10 años ungió como sucesor al frente del PP y candidato a presidente del Gobierno.

Aznar dejó el liderazgo formal de la derecha española prisionero del compromiso que había adquirido de que no estaría más de dos legislaturas en la Moncloa. Pero ya entonces dio muy claramente la impresión de que su retirada no era definitiva, o al menos de que desde el privilegiado torreón de la FAES vigilaría atentamente la evolución de la política española.

La inesperada victoria de Rodríguez Zapatero --11-M mediante-- en el 2004 y la necesidad de que Rajoy forjase una alternativa desde la oposición debieron aconsejar prudencia a Aznar. Pero una vez de nuevo el PP en el Gobierno, el expresidente no ha resistido la tentación de expresar sus discrepancias con el Ejecutivo. No es una anécdota que reproche a Rajoy y su equipo una actitud resignada ante la crisis económica --lo que sin duda pueden suscribir muchos españoles--, pero esa crítica se convierte en una carga política en profundidad si se acompaña de una petición directa de rebaja de los impuestos, intromisión en la política gubernamental que ayer ya mereció la respuesta del ministro de Hacienda.

El toque de atención de Aznar tiene también relación con el caso Gürtel. La estrategia de los responsables del PP de considerar algo de una etapa pasada --la de Aznar-- las gravísimas anomalías que van aflorando sobre los dineros del partido no debe gustar a un expresidente que tiene un alto concepto de sí mismo y de su gestión. La política da muchas vueltas --también la justicia-- y hoy por hoy es impredecible si la diatriba del otrora líder de la derecha es o no el inicio de hostilidades de mayor calado. De momento, ese conato de regreso apenas ha tenido apoyo en su propio partido. Y en muchos sectores de la población española ha causado mucho más desasosiego que esperanza.