No sé cuál de los dos se ofendería más al verse comparado con el otro. Pero lo cierto es que entre ambos hay una semejanza que debe ser objeto de reflexión. Me refiero a su interés por la política exterior en su segunda legislatura. En efecto, Aznar , cuando llegó al Gobierno en 1996, se centró casi en exclusiva en que España superase los negativos datos económicos. A nivel de déficit público, inflación y desempleo, nuestro país estaba muy lejos de los parámetros exigidos para entrar en el sistema monetario del euro pocos años después. La excelente labor hecha (con especial mención de Rodrigo Rato ) transmitió a la sociedad, y particularmente a los actores económicos, confianza y capacidad de esfuerzo.

Llegada la segunda legislatura, y con la mayoría absoluta que le eximía de acuerdos con otros partidos políticos, superó su resistencia a viajar al extranjero y comenzó a cogerle gusto. La llegada de Bush al poder convirtió en una constante el deseo de agradar a toda costa al amigo americano, frente a la posición francesa y alemana, menos necesitados de sacudirse complejos históricos. El hecho de que en el primer semestre del 2002 España tuviese la presidencia de la UE fue determinante para su prioritaria dedicación a la política exterior y su distancia de lo que aquí sucedía. Estaba muy próxima la ampliación de 10 estados más que participarían ya en todos los eventos.

XYA LOSx preparativos del año anterior y el hecho de liderar todos los foros de debate y decisión a nivel europeo habían hecho que la levitación y alejamiento de la realidad creciese a pasos agigantados. Un exministro del Gobierno de Aznar me expresó que en aquel tiempo, creyéndonos que seríamos eternos presidentes de todo, comenzó el ocaso del aznarismo. Al final de ese periodo, hubo una huelga general por un asunto menor. El Gobierno no creyó que pudiese fructificar. Tal era su dedicación como neófito a la política exterior que, tras unas declaraciones suyas en que expresaba que desde el avión todo se veía distinto, el entonces líder de la oposición le recibió un miércoles en la sesión de control espetándole: "Bienvenido a la Tierra, señor Aznar". Poco después, ocupaba asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU, llegó Irak y...

El caso de Zapatero tiene ciertas similitudes con el de su antecesor. Castellano como aquel y carente también del manejo de un idioma extranjero, en su primera legislatura dejó toda su acción exterior en manos del ministro Moratinos , salvo Latinoamérica, por la que cada verano viajaba la vicepresidenta De la Vega . Bastante tenía aquí con los líos del Estatuto de Cataluña, la memoria histórica y los intentos fallidos de negociación para la paz en Euskadi. Pero el presidente era también muy refractario a salir y relacionarse con unos dirigentes mundiales que nunca han tratado a nuestro país con el valor que desde aquí nos damos.

También en su segunda legislatura podría cambiar su interés directo por la política exterior. En su caso, no logró mayoría absoluta y va perdiendo casi todos los apoyos parlamentarios que antes tuvo. Sin embargo, es asimismo en este periodo cuando parece aumentar su interés por lograr una mayor presencia internacional. Hace unos meses desplegó ímprobos esfuerzos para conseguir una foto (perdón, una silla) en la cumbre del G-20 que se celebraba en EEUU. Muy recientemente, y con ocasión de diversos foros, pasó de Londres a Praga y de allí a Estambul, algo impensable hace poco y que no sabemos si será un paréntesis. Lo cierto es que también en esta etapa el actual inquilino de la Moncloa se ha encontrado con un nuevo presidente norteamericano con el que sintoniza. Más allá de las frases de cortesía, son muy exitosas las palabras que el nuevo dirigente norteamericano ha dirigido a España y a su presidente. Algo del mérito del cambio de actitud puede deberse a la presencia como secretario general de Presidencia de Bernardino León , cualificado diplomático, anterior número dos de Exteriores e iniciado en política al identificarse con los nuevos aires que representó Borrell en las históricas primarias internas.

Además, muy pronto, en el primer semestre del año próximo, España volverá (tardará muchos años en repetir) a ejercer la presidencia de la Unión Europea. Son muchos ya los fastos y reuniones de alto nivel que se están preparando para ese periodo en el que la labor de liderazgo de nuestro país (y, por ende, de Zapatero) va a ser evidente. Nos encontraremos en ese momento en una profunda crisis económica con una tasa pavorosa de parados. Ojalá ese periodo no sea elemento de huida de una realidad interna dificilísima.

Pero, más allá de los viajes y la pompa del poder internacional, Presidencia debería implicarse directamente en algo pendiente: dotar al país de un moderno servicio exterior. Son buenos los mimbres personales de nuestra diplomacia, pero carecemos de embajadas en lugares estratégicos; otras están infradotadas, se rigen por normas antiguas y nada flexibles, no se aprovecha nada lo aprendido por los cesados y faltan abundantes medios, recursos y coordinación. Es urgente una modernización de la acción diplomática profesional y que rentabilice también los demás agentes representativos de lo que es España. En definitiva, una ley de acción exterior.