Me pongo calcetines gruesos porque paso más frío en casa que en la calle». La frase no es de ningún ciudadano de un país con bajos índices de desarrollo, sino que corresponde a una española sin trabajo que forma parte de los miles de ciudadanos de este país que no pueden hacer frente a los recibos de la luz y el gas y cuyo testimonio recoge hoy este diario. Con la llegada de las bajas temperaturas, el fenómeno de la creciente pobreza energética reaparece con toda su crudeza y deja en evidencia la incapacidad manifiesta de las administraciones y de las compañías eléctricas para cumplir sus compromisos. Para estudiar la situación, angustiosa para muchas familias, y buscar soluciones reales se celebra estos días un congreso sobre pobreza energética. Para mayor escarnio, llega este debate pocos días después de que el IPC haya subido por el incremento precisamente del precio de la energía (España está entre los países con la electricidad más cara de Europa) y poco después de que la justicia haya tumbado el sistema de financiación del bono social, que favorece a las familias más vulnerables, y que ahora ya no deberán pagar las eléctricas.

La imposibilidad de mantener el hogar a una temperatura adecuada tiene múltiples consecuencias. Empobrece y modifica el régimen alimentario (se abusa de los productos precocinados para evitar gastar gas), provoca incendios domésticos (detrás de muchas muertes por inhalación de humos hay un fuego causado por aparatos en mal estado o una vela que era el único foco de iluminación) y, sobre todo, daña la salud. El frío, y los cambios corporales que provoca, produce un aumento de la presión arterial y en las personas mayores y aquellas con patologías crónicas se incrementa el riesgo de padecer enfermedades graves, como infartos de miocardio, ictus o embolias pulmonares, o infecciones como la gripe.

Por la contundencia de las cifras y por la gravedad de los efectos, la pobreza energética se ha convertido ya en una emergencia social que exige respuestas políticas inmediatas. El nuevo Gobierno tiene aquí otro de sus grandes y urgentes desafíos, que deberá acometer antes de que arrecie el frío, y no desde políticas de beneficencia sino con una clara voluntad política de acabar con una situación que nos avergüenza como sociedad.