La donación de órganos cayó en Extremadura un tercio el año pasado con respecto al anterior. El 2007 ha sido el peor ejercicio al menos de lo que llevamos de siglo XXI. Que en la región se produzcan 19 donaciones, cuando la media de los últimos años superaba los 25 es un dato muy negativo. Más aún si coinciden con un año en el que España ha batido los registros anteriores en número de donantes y hay regiones, como La Rioja, con una tasa de donación cuatro veces mayor que la extremeña y una media nacional que la duplica.

Cuando el programa de donación de órganos se inició en Extremadura, hace más de 25 años, el gran problema eran las negativas familiares: no existía entre los extremeños información suficiente para que, quienes les tocaba vivir la desgracia de que un ser querido falleciera en condiciones de donar accediera a que se les extrajeran los órganos. Ese problema se superó con información y hoy en Extremadura no llega al 10% la tasa de negativas familiares. ¿Qué ocurre, entonces? Ocurre que la responsabilidad de conseguir órganos para que otros enfermos puedan vivir está repartida muy desigualmente. Un hospital, el Infanta Cristina de Badajoz, lleva el peso de las extracciones. Resulta desolador que un hospital como el de Cáceres lograra el año pasado cuatro donantes y ninguno el de Mérida. Los permisos, las habilitaciones, los títulos de centros con capacidad para extraer órganos se convierten así más en un título nominativo que en una realidad. Sería una pena, y una responsabilidad, que el esfuerzo de la sociedad extremeña por superar los tabúes en torno a la donación de órganos no vaya acompañado con el de los hospitales por lograr donantes que salven vidas.