La reducción de medio punto en los tipos de interés oficiales en Europa, bajándolos hasta el 2,75%, es una receta clásica para estimular el consumo y la inversión. Y será muy probablemente positiva para el conjunto de la zona euro, ahora que tiene una inflación media del 2,2%, una alarmante paralización del crecimiento --en verano, el PIB de la UE creció sólo un 0,3%-- y corremos el riesgo de una recesión en Alemania. Además, aligera la carga de la deuda pública de los países que, como alemanes y franceses, tienen problemas para cuadrar sus cuentas.

Pero el caso de España es otro. Con una inflación del 4%, en pleno proceso de revisión de sueldos y pensiones, y con la decisión de Aznar de bajar el IRPF para una parte de los contribuyentes, ese medio punto crea una paradoja: aquí será mejor endeudarse que ahorrar. Será un gancho electoral y al principio la economía crecerá impulsada por el consumo y la construcción, pese a que las hipotecas bajarán poco. Pero luego habrá una resaca parecida a la de los deportistas que se dopan para mejorar su rendimiento: quemazón. Luego tendremos más inflación, menos competitividad y peores cifras de empleo. Esta vez, lo óptimo para Europa no es bueno para España.