Hasta hace poco tiempo, los españoles sufríamos la campaña electoral inmersos en un bosque de mítines, eslóganes y destellos. Ahora hay que sufrir proto , paleo y hasta pre - campañas electorales. Es el negocio del sufragio, la orgía de la urna, la dulce condena de esas cuatro paredes de metacrilato donde depositamos una opinión que no volverá a oírse --salvo honrosas movilizaciones cívicas-- hasta dentro de cuatro años.

Y aunque el bullicio nos abrume, la tensión crezca y la dramatización pulule entre bambalinas, al final resulta que el ganador del partido bascula entre los dos platillos de una balanza previsible. Algo parecido ocurría en la Restauración, que a caballo entre los siglos XIX y XX, tiñó de férreo bipartidismo --y no pocas cacicadas-- a lo que en principio fue un proyecto liberal cargado de ilusión. Cánovas y Sagasta trasladaron esa idiosincrasia pequeñoburguesa tan amiga del orden y la estabilidad a lo político. En una España transida de atraso, pero incapaz de cerrarse al vendaval de una Europa afectada de revoluciones burguesas y conflictividad obrera, don Antonio y don Práxedes pactaron ocupar por turnos los platillos del balancín reproducido en esta página. La consecuencia fue un orden precario, una estabilidad artificial, un preocupante sopor que adormecía los sueños de muchas opciones políticas que ni siquiera estaban representadas en el sistema. Y es que sacrificar la diversidad en aras del estatismo, acaba engendrando futuras tempestades. Porque no hay estabilidad viable sin la asunción de los naturales antagonismos que mueven la Historia.

XAUNQUE DONx Antonio no es exactamente José Luis , ni don Práxedes --pese a su barba-- es reflejo fiel de Mariano ; y aunque los infantiles balancines de aquella época nada tienen que ver con los fastuosos parques de atracciones actuales, no es menos cierto que existe un tufillo caciquil en algunas propuestas de última hora. Los cuatrocientos euros en los minutos de descuento o las sorprendentes rebajas impositivas lanzadas antes del pitido inicial reflejan, a la vez que un empate técnico asumido por cada uno de los adversarios, un desesperado mercadeo sobre cuestiones que deberían haber ocupado el centro del debate político a lo largo de la legislatura. Los políticos sólo se acuerdan de la gente cuando la gente está apunto de ser protagonista, y por eso ahora se aparcan las polémicas reformas estatutarias, las nebulosas negociaciones con ETA y las urgentes memorias históricas de las que ya casi nadie se acuerda.

A veces todo cambia para parecerse demasiado, y el paralelismo desemboca en caricatura cuando, en mitad de la balanza, sigue estando un país más moderno que el del siglo diecinueve, pero tan desmovilizado y adormecido como el de antañazo . Porque a pesar de la aparente diferencia ideológica entre los dos grandes partidos, los nuevos Cánovas y Sagasta acabarán repartiéndose el pastel de los escaños pese a los matices que introduce una Rosa Díez ninguneada. Y es que no puede haber tercera vía en un balancín de dos platillos.

Se intuye, por tanto, la necesidad de colorear un lienzo político alternativamente ocupado por el desteñido rojo del talante y el azulón tozudo de las ideas claras . Pero el debate no debería ser entre rojo y azul, derecha e izquierda, pues ambas opciones -- constituidas hoy en artificiosas marcas de la subasta electoral-- sólo son las dos patas de una mesa que no debería seguir soportando este previsible balanceo. Y mucho más si el balanceo no depende tanto del pilar central llamado país , cuanto de unos partidos nacionalistas que en virtud del sistema electoral --éste sí discutido y discutible --han facilitado la entrada en la Moncloa a sus sucesivos inquilinos, a cambio de numerosas patentes de corso sobre cada uno de sus feudos. Porque la verdadera diferencia entre aquél balancín restauracional y éste post-transicional, es que junto a los nuevos Cánovas y Sagasta deberíamos incluir en la tramoya de la alternancia a Ibarretxe, Montilla y Artur Mas , entre otros.

Y es entonces cuando el diálogo reproducido en esta caricatura adquiere pleno sentido, cuando Cánovas / Zapatero afirma: "como soy quien menos pesa, nadie mi altura alcanza"; a lo que Sagasta / Rajoy responde: "pues si me canso y me quito, a dónde irá la balanza".

*Profesor de Historia

Contemporánea de la Uex