Nunca como ahora se esperó, con tanto ahínco, que tañeran las campanas de los relojes los ocho toques que anuncian, cada tarde, la hora de asomarse a los balcones, ventanas y terrazas de todo el mundo. Es la hora de los aplausos, pero también, aquí en España, la hora de volver a escuchar al Dúo Dinámico, que siguen resistiendo, desde hace tantos años y siguen, ahora más vivos que nunca, haciéndonos resistir a todos. Hora, también, de unirse con fuerza a la voz potente de Mónica Naranjo que, con su ‘Sobreviviré’, parece firmarnos, a todos, el salvoconducto que nos conduzca, sanos y salvos, al otro lado de esta terrible pandemia. Y con cuanta más fuerza la cantamos, más seguros parece que nos sentimos.

También recordamos, desde los balcones y ventanas, la bravura y valentía del torito bueno de El Fary, que tanto se necesitan en estos momentos de lucha donde a la cobardía no hay que cederle ni la más mínima cancha. A esa misma hora se asoma también con los vecinos el inolvidable Manolo Escobar que hace cantar el ‘Viva España’ incluso a algún independentista que se quedó colgado con algún familiar en el último «puente», y todavía no ha podido viajar de vuelta.

Y, desde que hemos pasado al horario de verano que, con esto del coronavirus nadie se ha quejado, ya podemos también mirar desde la ventana al cielo azul y descubrir a Cupido, con la voz de una jovencísima Karina, cantando y lanzando, radiante, sus afiladas flechas del amor. El inconmensurable Pavarotti, con su ‘O sole mío’, es el que más hace callar a los vecinos. El gran tenor pone los pelos de punta a todo el que le escucha cuando deja caer su chorro de voz desde el balcón para llenar con su música, de súbito, las calles vacías.

Pero tampoco puede faltar en nuestro barrio, estos días, el inolvidable Nino Bravo. Y, aunque hace ya tiempo que nos dejó, su potente y fresca voz hace que nos sintamos más libres a pesar de estar confinados en casa. Y es que cantar hoy, desde el balcón, o la pequeña terraza, o desde la ventana, la palabra ‘Libre’ te transporta mucho más allá de las cuatro paredes del pequeño piso que nos marca hoy unas barreras obligadas.

Y, si alguien se encarga de poner color en la fachada de nuestro patio interior, ése es Diego Torres, que tiñe por las tardes nuestro animado rectángulo de un bellísimo Color Esperanza. Él nos hace saber a todos que «se puede y nos hace querer que se pueda. Hace que nos quitemos los miedos y que los saquemos afuera. Nos pinta, a todos, la cara con el color de la esperanza y hace que nos atrevamos a tentar el futuro con el corazón». Y es curioso cómo todos los vecinos del patio aceptan y disfrutan con los gustos musicales de los demás. De hecho, hay una pareja de jóvenes que no tienen más de treinta, los del octavo, que no se cansan de bailar cada vez que la pareja de jubilados, del tercero, ponen el disco de Juan Pardo ‘Con un sorbito de champán’.

Ah, y también hay tiempo por las tardes para sacar al patio las habilidades de cada uno por la ventana, habilidades, por cierto, hasta ahora desconocidas por todos. Nadie sabía que Demetrio, el del sexto, tocara tan bien la caracola. Ni tampoco que José María, el del primero, tocara como los ángeles el saxofón, con el que, el otro día, nos deleitó con la inolvidable ‘Cucurrucucú paloma’, del cantante y compositor mejicano Tomás Méndez. El lunes pasado, un estudiante, del noveno, puso en el UEBoom la canción de los Beatles ‘Here comes de sun’. Y, efectivamente, parecía salir el sol porque, aquel día, supimos que el número de fallecidos había disminuido. El sol de los Beatles nos traía luz y todo parecía empezar a estar bien.

Y muchos días, en mi patio interior, no falta la canción de ‘Paquito el chocolatero’, del gran compositor alicantino y español Gustavo Pascual Falcó. Es una canción que suele servir como final de fiesta en las verbenas del verano. La otra tarde, al escucharla, no pude por menos que pensar que muy pronto va a llegar el final de esta pandemia, porque, a pesar de todo, el ser humano ha aprendido a sobrevivir y seguir adelante, superando siempre las adversidades que se le presentan.

Y ojalá, cuando todo acabe, incluso los aplausos de las ocho desde mi balcón, sepamos reconocer y honrar a quienes, a pesar de contar con recursos escasos, fueron capaces de salvar nuestras vidas e hicieron posible que todos pudiéramos seguir sintiendo y viviendo la bellísima música de la vida.

*Exdirector del IES Ágora de Cáceres.